Dña. Rosa Bellot Arias
Sr. Presidente y Junta Directiva de Paladines, Sr. Alcalde, Sacerdotes, Sr. Mayordomo y Señora.
Permitidme que en estos momentos tan importantes para mí tenga presentes a mi marido e hijos; a mi madre, hermano y familiares; a mis amigos y compañeros, (especialmente a los que hoy con toda seguridad me hubieran acompañado, si la vida no les hubiese sido segada demasiado pronto); a mis alumnos, amas de casa y... ¡por supuesto! a todos vosotros, querido y amado pueblo.
Cuando hace algunas fechas se presentó en mi casa una comisión de la Junta de Paladines, no podía imaginar, en contra de lo que pueda suponerse, el motivo de tan inesperada visita.
Al pronto pensé que vendrían a pedirme algún tipo de colaboración y con esta idea, después de saludarnos y acomodarnos, comencé a escuchar, atentamente al Sr. Presidente.
Las palabras desgranadas de su boca, me hicieron comprender, rápidamente, el HONOR, pues no puedo decir favor, que venían a pedirme. Con la rapidez del rayo y el rostro escondido entre mis manos hice una pregunta que fue exclamación ¡¿Yo pregonera?!
Agradecí enormemente a mi hermano que hubiese antepuesto el deber de una Junta a la comunicación y la confianza que habitualmente tenemos ya que, de haberme revelado el secreto, no hubiera experimentado los indescriptibles momentos que me proporcionó la Buena Nueva.
Así, al recibir en mis manos el escrito que me acreditaba como pregonera de nuestra Encamisá, las palpitaciones desorbitadas convertían mi corazón en un volcán de júbilo que, desbordando el caudal de mis venas, impregnaba de alegría cada rincón de mi cuerpo.
En su pugna por salir, las lágrimas cristalizaron en velos que cubrieron mis pupilas y fueron sollozos de dulzura los que exhalé en mis suspiros, cuando un temblor, enternecedor, recorría todo mi ser anunciando la responsabilidad con la que cargaba.
Al mismo tiempo, con la garganta seca por la fuerte sacudida de la emoción, hice vibrar las cuerdas de mi voz para decir con firmeza. “Por supuesto que sí, a la Virgen no me puedo negar”.
Las múltiples razones que engendró mi pensamiento en tan breves segundos, impidieron una negativa.
Efectivamente, no me podía negar porque decir NO me llevaría a:
Negar mi cuna que, aunque humilde, supo iniciarme en los primeros pasos de mi andadura en la fe, de nuestra Purísima Concepción.
Olvidar las vivencias que, en los colegios, bajo las advocaciones de “Milagrosa” y “Auxiliadora”, alimentaron las Encamisás de mi adolescencia.
Omitir la satisfacción de abrir, una vez más, mis entrañas, un siete de diciembre, para dar hijos, futuros paladines, que estoy segura portarán la antorcha de defender el nombre de María Inmaculada.
Suprimir las explicaciones que imparto a mis queridos alumnos, cuando se acercan las fechas de nuestra más digna fiesta, para que sean fieles en continuar la pureza de la tradición.
Desconocer la anunciación de Fray Angélico, pintor de Quattrocento italiano que supo plasmar de manera inigualable, bajo un marco renacentista, la serenidad, con la que María aceptaba, sin vacilar, la enorme carga de ser Madre de Dios y Madre Nuestra.
Decir NO sería:
Renegar de mis enseñanzas, de mis creencias, de mi fe, de mi pueblo, de mi Encamisá y de mi Pura; algo que para nosotros, los torrejoncillanos, resulta imposible porque cuando llegamos a la Inmaculada, si calla la garganta habla el corazón.
Las múltiples alegaciones que me llevaron a decir SI a la Junta de Paladines y agradecer la confianza que ponían en mí, me sumergieron, después, en un silencio ensordecedor y una calma, extremadamente sosegada, me envolvió de tal manera que me llevó a perder el control de mis sentidos cuando la mente se debatía, una y otra vez, preguntándose...
¿Cómo competir con tan ilustres oradores y pregoneros como me han precedido?
Pero... ¿existe competición cuando los hijos demuestran a su madre el cariño que le procesan?
Plenamente convencida de que los más torpes balbuceos son melodías incomparables para una madre, acepté, sin dudar, ser pregonera de 1995, con el objetivo primordial de manifestar públicamente, con sencillez, pero con todo mi corazón, lo que la Inmaculada y, en definitiva, la Encamisá es para mí y para cada uno de vosotros.
Sería incidir, el exponer, de nuevo, las hipótesis de si fue alguna incursión árabe-cristiana en al Reconquista de la Península, si Flandes o Pavía o más remoto aún, el acontecimiento bélico que dio origen a nuestra Encamisá.
Digo más remoto porque al hecho de “encamisarse” o “ensabanarse”, pudiera unirse, la costumbre que en algunas zonas surgió, a partir del siglo VI, de hacer representaciones pintadas de la Virgen conocidas como la que da Victoria, para llevarlas a las batallas, a fin de conseguir el triunfo en los enfrentamientos.
Y... pudiera ser - pues de no probarlo nos se debe negar ni afirmar- que, en tiempos más próximos, esas primeras plastificaciones de la Virgen, fueran sustituidas por las de la Inmaculada, que la portaran soldados de nuestro entorno, en alguno de esos hechos históricos citados que admitimos como nuestros, por tradición, y que, al triunfar, continuaran celebrando la victoria, cada año, en agradecimiento a Ella, a la Virgen. Acontecimiento que se vería, más tarde, favorecido por la implantación de la festividad de la Concepción Inmaculada de María.
Al faltar documentación que nos lleve a la exactitud de la tesis, llegamos a la conclusión de que, tenga el entroncamiento que tenga, admitimos por muy cierto que Encamisá e Inmaculada forman una simbiosis imposible de disociar. De tal forma que nosotros, como torrejoncillanos, no entendemos Encamisá sin la Inmaculada plasmada en el Estandarte, ni día de la Inmaculada sin ir precedido de una noche de Encamisá.
Tampoco yo, se desligar, en estos momentos, mis sentimientos de torrejoncillana y madre. Por eso, admite, María, que haga mía la vibrante respuesta que aquella mujer, según el evangelista San Lucas, lanzó entre la multitud para alabar a tu Hijo:
“Bienaventurado el vientre que te llevó y los pechos que mamaste”.
Y ahora, permíteme más, María. Consiente que desde lo más hondo de mí, exclame: “Bienaventurados los vientres que dan hombres y mujeres a esta tierra y benditos los pechos que los nutren de tu amor para que con fuerza te ensalcen y te defiendan”.
Te defendemos, María y lo hacemos con unas ansias...
Si allá por 1650 las órdenes de Calatrava o Alcántara, se comprometen a defender tu dogma hasta derramar la última gota de sangre, a nosotros se nos arranca el alma cuando te decimos
¡VIVA MARÍA INMACULADA!
Y el alma... ¡es otra cosa! El alma no tiene el fin que esa gota porque, cuando salga del cuerpo, la llevarán los ángeles para alabarte en la Gloria.
Todavía más, María.
Yo -que como mujer soy soñadora- he llegado a imaginar que influimos en el Papa cuando definió que eras “pura” y “sin mancha”.
Así a mediados del siglo XIX, cuando España se debatía entre isabelinos y carlistas en el malogrado reinado de Isabel II, Inglaterra estaba hostigada por el gran problema de “la cuestión social”, Los Estados Pontificios presionados por Cavour y toda Europa azotada por las numerosas corrientes que surgían desde distintos aspectos de la Filosofía...
En la Basílica de San Pedro del Vaticano, bajo las imponentes bóvedas y la majestuosa cúpula de Miguel Ángel, Pío IX espera, impaciente, la respuesta a la Encíclica dirigida a los Prelados del mundo Católico, para que le notifiquen, según su piedad y sabiduría, el grado de devoción, que al misterio de la Concepción Inmaculada, profesan los fieles de sus respectivas Diócesis.
De 603 contestaciones, 546 son partidarias de la inmediata declaración de Dogma. Pero... no basta.
Su Santidad, está dispuesto a zanjar, de una vez por todas, la lucha que entre la razón y el sentimiento parece existe en la Iglesia y necesita... ¡algo más!.
Desde España, como país que destaca en el culto a María Inmaculada, (para sosegar al Papa), llegan: Fragmentos del poeta latino-cristiano Prudencio y del cancionero de Baena que elogian la Concepción sin Mancha; poemas de Fray Luis de León como el que empieza: “Virgen que el sol más pura...”, y de Medinilla, discípulo de Lope de Vega, su obra: “Limpia Concepción de Nuestra Señora”, entre otras.
Pinturas de Pacheco, Juan de Juanes, del Greco o de Zurbarán, por citar algunas y lienzos de Murillo, que hasta 27 veces se inspira en el tema, pero... ¡no es suficiente!.
Pío IX espera otra respuesta.
En 1854, reúne al Sacro Colegio y a otros representantes del Clero de distintos puntos del mundo, para dar una solución definitiva al problema. A la par que en el Vaticano se está debatiendo el tema, desde aquí a finales de noviembre, la brisa de la tarde sopla y al besar Italia lleva ecos el novenario que empieza:
Repique de campanas, estampidos de cohetes, algunas salvas, aroma de cirios y de flores que la Iglesia exhala, plegarias deshojadas de un rosario, suspiros de muda pena y notas que, de un órgano arrancadas, entonan siempre con dulce cadencia...
¡Pues concebida, fuiste sin mancha!
Y un... ¡Ave María llena de gracia! Que místico fervor corea.
Esa primera manifestación de amor que, en las novenas multitudinarias, abre el corazón torrejoncillano, de par en par, con un lenguaje tan sencillo, pero que Tú, María, tan bien entiendes e interpretas, va tomando cada noche mayor fuerza y su intensidad se acrecienta, de tal manera, que a la brisa en huracán transforma...
En esa noche azul, cuajada de misterio, en que los regueros humanos fluyen en cualquier lugar de nuestro pueblo desembocando en la plaza, donde hierve el entusiasmo, avivado cuando, al acercarse el ansiado momento, hace su entrada la blanca escolta precedida de las tres estampas, abriendo paso entre el gentío que se inquieta y se aquieta, indistintamente, mezclándose los “¡vivas!” con el incontenible: “Pues concebida”...
En esa noche en la que, al repicar las campanas se vuelcan los cantos y aguantando la respiración jadeante, sostenemos la mirada en el reloj que, misericordioso, descuelga las deseadas campanadas que abren la puerta de la iglesia...
En esa moche en que la blanca luna envía su luz de plata iluminando el Estandarte que, majestuoso, cruza el umbral de la esperanza, surcando, lentamente, hasta llegar al Mayordomo, la tempestad humana, mientras el mar, el mar de emociones contenidas se agita, elevando las olas de brazos que lo salpican, con las manos extendidas, de ¡Vivas! que son rezos, ruegos, súplicas casi sin habla, escapadas de nuestro corazón que a la vez, sin cesar canta:
“Pues concebida fuiste sin mancha”
Y sin callar, exclama:
“ Eres ¡Oh! Madre Inmaculada” al mismo tiempo que el azul insignia, asida ya por la férrea mano del Mayordomo, que la eleva y vitorea en blandos movimientos, emprende el tradicional recorrido por el pueblo, por su pueblo..
En esa noche en que nebulosas de humo y niebla envuelven el gozo colectivo, las hogueras consumidas por doquier atizan el oleaje de fervores y el continuo estallido de cohetes siembra la bóveda celeste de estrellas que, al desvanecerse, nos traen de lo alto el recuerdo de nuestros seres queridos, haciendo que entre los hipos del lloro tembloreen las palabras...
En esa dulce noche en la que, al concluir el trayecto, el Estandarte vuelve a la plaza y con nuevas y apretadas proclamas jubilosas, adioses ahora, traspasa la puerta centenaria de la Iglesia que lo guarda..., a él volvemos nuestros ojos velados por lágrimas que arranca... ¡anhelos de una madre, ansiedad de una esposa, evocación de una ausencia, súplicas del enfermo que pide otra oportunidad a la vida, inquietud del joven, añoranza de los mayores o el deseo, ante las horas inciertas del mañana, de volver a vivirla, el próximo año, con las mismas ganas!...
En esa noche en la que el viento huracanado arrastra emociones contenidas, esparciendo con la pólvora Tu Nombre Inmaculado, silba, ante la Curia de Roma, que la intuición popular, sin saber Teología, entiende, desde hace siglos que:
Dios pudo hacerte Limpia y Pura originariamente. Convenía radicalmente que así te ideara e hiciese y por eso te hizo así. Por eso eres Inmaculada.
Escritura, declaraciones Pontificias y Teológicas, tradición y fervor de un pueblo confluyen, en esa noche, en las estancias Vaticanas para formar, en el centro de la reunión, un coro que sin cesar clama:
Dios te salve llena de gracia.
A este son el aire, de contento, amansa, trocando sus movimientos en una danza que rasga el manto del espacio para que cielo y tierra, al unísono de un himno, desde siempre y para siempre, María, te proclamen Inmaculada.
Sumergida en un ambiente tan propicio, la comisión encargada de redactar la Bula definitoria, que había emprendido la andadura de confeccionar el texto en Junio de 1848, concluye definitivamente el trabajo, con el beneplácito de los Obispos y Cardenales congregados.
Al despertar el día ,cuando el sol vierte sus rizos de oro en la gran Basílica, su Santidad Pío IX, agitado emocionalmente y rodeado de innumerables personajes eclesiásticos de casi todas las partes del mundo y de millares de fieles de todas las clases sociales, en una solemne ceremonia, mediante la Bula “Ineffabilis Deus” proclama, como Dogma de Fe la Concepción Inmaculada de María, el 8 de Diciembre de 1854.
Las campanas de Roma vuelan cual palomas mensajeras, transmitiendo la misiva dogmática a todos los lugares de la Tierra y, cuando aquí llega, encuentran por respuesta que las nuestras, pujando por salir del campanario, también vocean, sin tregua, tu Pureza.
¡Alégrate, pues, María porque tu nombre suena en los mares, lo canta el cielo y lo pregona la Tierra!.
¡Sonríe, Madre, porque a la vuelta de la esquina de unas fechas, ahora, como entonces, como siempre, recorrerás victoriosa la ruta de amores que Torrejoncillo te tiene trazada!.
¡Viste como Mujer tus mejores galas, luce tu excelsa belleza por encima de las flores que recaman tus andas y sal a recibir besos de pólvora y a empaparte de piropos que brotan de labios temblorosos!.
¡Asoma a tu pueblo, Inmaculada, y pasea satisfecha por sus calles, en hombros que soportan, jubilosos, el asiento de tus plantas divinas!.
¡Camina entre tu gente, escucha sus plegarias y se generosa en tu visita!
Y cuando la tarde vaya apagando sus luces y el sol, entristecido porque lo dejas, marchar al horizonte para llorar su pena... ¡Avanza, lentamente, por el atrio al son de campanas que anuncian tu despedida y al llegar a la puerta de tu Iglesia, espera unos instantes para que, desde dentro, grabemos la impresión de tu figura silueteada, al cruzar en contraluz el arco de la puerta, respaldada por sublimes resplandores del volcán de amor y fuego que te rinden los de fuera!.
Después... ¡Entra!
¡Contempla a tu pueblo congregado! ¡Observa que se crece a tus pies y que se aviva la llama de fervores cuando al llegar, tu mirada se encuentra con la nuestra!.
¡Navega hacia nosotros y verás que el clamor popular estalla! Los gozos, los vítores, los júbilos, las peticiones... se multiplican. El templo se empequeñece, se hace insuficiente para contener tantas emociones encendidas.
¡Todos, María, todos estamos allí esperándote!
¡Todos, sin excepción alguna, hemos acudido a la voz de tu llamada, incluso los ausentes o los que se fueron para siempre, están presentes en nuestro pensamiento!.
El estremecimiento emocional que nos sacude cuando pasa, nos agita, nos conmueve, nos aprieta... porque todos queremos llegar hasta Ti para abrirte nuestro corazón.
¡Es el homenaje de tu gente, María!
El cortejo marcha lentamente porque no se cabe. Los que te llevan labran camino como saben hacerlo los hombres de esta tierra: ¡Elevándote con firmeza como a la más hermosa de las Madres, como a la más bella de las mujeres para que transites sigilosa por la alfombra de ¡vivas! que tendemos a tu paso!.
Al llegar a tu trono, como si en tus pies tuvieras alas, remonta el vuelo María, vuelve a nosotros, de nuevo, tu dulce rostro y estréchanos contra tu pecho, como Madre, al cruzar tus manos divinas.
Las aclamaciones, en estos instantes tan intensas, llevan súplicas lanzadas a tu corazón como finas saetas de plata para que, cuanto antes, las atiendas.
Sin cesar las alabanzas nace, incontenible, la salve popular que nos hace volver a Ti nuestros ojos velados por el llanto para que, al mirar los tuyos, en gozo conviertas nuestras plegarias.
Y antes de que la noche comience a extender su manto, los últimos ¡vivas! envueltos en lágrimas furtivas, escapan de roncas gargantas para abrir la puerta de la esperanza de volver a proclamarte, otro año... ¡Inmaculada!.
Se acerca también el momento de que escapen de mis labios las últimas palabras.
Me invitaron a pregonar nuestra Encamisá y lo cierto es que resulta innecesario porque la Virgen, La Pura, es ella misma pregón y convocatoria.
Mi pregón es simbólico, pero lo realizo con todo el entusiasmo que de mí pueda nacer movida, exclusivamente, por el amor que siento hacia mi Pura y hacia mi pueblo.
Porque... ¿Quién soy yo para mandar en vuestros corazones? ¿No son ellos mismos los que sienten la llamada y dan la respuesta, espontánea, sin ensayos y sin que nadie les recuerde lo que tienen que hacer?
Es momento, sin embargo, de reflexionar:
Dentro de unos días vamos a VIVIR la Encamisá, no a representarla. Nosotros no entendemos de comedias en cuanto a manifestar el amor a la Purísima se refiere. Nosotros lo vivimos.
Vivimos la Encamisá del presente con la magnitud que supieron transmitirla nuestros antecesores. Es la herencia, el incomparable legado que nos dejaron que, vivido así, de esta manera tan peculiar, nos distingue de otros pueblos.
Ahora tenemos nosotros las riendas, la responsabilidad de entregarla al futuro con la misma pureza.
Aprendimos que todos somos protagonistas en esta fiesta y, aunque cada uno la vive de una manera, todos la vivimos con la misma fuerza.
Pues... ¡Vamos a vivirla! Que nuestros pequeños vean que en ella no hay solo manifestación externa; que la esencia está en que se honra a la Madre por excelencia, se aclama a la Mujer donde Dios lució sus galas y se escolta a la Reina de las Reinas.
Nosotros, los del presente, no necesitamos, como os decía, que nos aconsejen cómo hay que hacerla. ¡Aprendimos bien la lección... y la hicimos nuestra!
Ahora vosotros, ¡jóvenes!, ¡Hombres y mujeres del mañana! Estad atentos a nuestras enseñanzas y... ¡aprendedlas! Esas células que ya en las entrañas maternas fueron impregnadas de esta fe, de esta creencia... ¡alimentadlas!, ¡Nutridlas de auténtica devoción a nuestra Pura para que no decaiga!.
¡Haced la Encamisá como se ha hecho siempre!, ¡Manifestad los nobles sentimientos sin avergonzaros de ellos! No importa que los que vengan a visitarla como espectáculo, no comprendan. ¡Basta con que nosotros sepamos sentirla y entenderla!.
Antes de concluir, permitidme, de nuevo, la gratitud a la Junta Directiva por haberme distinguido, como torrejoncillana, con este honor y agradecer también vuestra presencia y la paciencia que habéis mostrado en escuchar mi humilde pregón.
Me hubiera gustado hacer un himno, un canto a la Inmaculada, a la Sin Mancha, a la Virgen Cristalina, transparente y pura con la melodía de todas las cosas bellas y el instrumental armónico de los ángeles cantores, pero las cuerdas de mi lira, no han sido templadas para cantar ni yo he nacido con cualidades de juglar.
Pero sí se acoplar las notas más vibrantes de mi alma, al pentagrama de mi corazón para pregonar desde mi garganta:
¡VIVA MARÍA INMACULADA!
¡VIVA LA PURÍSIMA CONCEPCIÓN!
¡VIVA MARÍA SANTÍSIMA!