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Dn. José Antonio Gil Santos

 

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EL SILENCIO DE MARIA Y LA EXPLOSION DE JUBILO EN LA NOCHE DE LA ENCAMISA 
 
Cuando se me pidió por parte  del Presidente de los  Paladines que fuera el pregonero de nuestra Encamisá se me  vinieron a la mente distintos pensamientos  que me gustaría que todos conocieseis: Ser pregonero de la Encamisá es un gran honor  para cualquier Torrejoncillano.  Ser pregonero supone una gran responsabilidad pues ha habido muchas personas antes que yo que han sabido hacerlo infinitamente mejor que yo lo pueda hacer ahora. Resulta muy difícil para mi hablarles de algo que la mayoría de ustedes (permitidme que a partir de ahora les trate de una forma más familiar), que la mayoría de vosotros habeis vivido mas veces y más intensamente. Y por último, creo que hay personas mejor preparadas entre los hijos de Torrejoncillo que podrían realizar mucho mejor este papel.         
 
     Quiero que todos sepais, y no me importa reconocerlo que mi primera intención  fué la de negarme, pero cómo negarse si el presidente de los Paladines  me lo pedía en nombre de María Santísima.  En aquellos momentos difíciles tomé la decisión de aceptar.  Sentí la llamada de la tierra, de mi infancia y del recuerdo del amor a María que siempre profesó mi padre.  Sé que ahora estará orgulloso  de que haya aceptado este reto.   
 
     La confianza que se me ha dado y la confianza que se me reclama junto con la responsabilidad que  se me ofrece y la respuesta que yo  doy,  han sido, o he intentado, que sean  siempre los pilares de mi existencia personal. 
 
     Como muchos de vosotros sabeis,  no soy experto en temas históricos ni literarios y por ello he preferido enfocar el  pregón desde el análisis de dos conceptos que  me resultan contradictorios: por una parte, el SILENCIO DE MARIA,  mujer que vivió hace dos mil años, que dió a luz a Cristo, que convivió con El, pero que vivió siempre en penumbra, en silencio, tratando de no ocultar la grandeza de su Hijo.  Por otra parte NOSOTROS, dos mil años más tarde, que celebramos su grandeza, su humildad, su concepción inmaculada, su maternidad virginal, con salvas, vivas, alegría, y muchos tambien en silencio.  
 
MARIA 
 
     Se llama María de Nazaret. El nombre de Nazaret no aparece  ni una sola vez en el Antiguo Testamento, ni en los libros judios  del Talmud, ni en ninguno de los mapas del Imperio Romano.  Nazaret es silencio. 
 
De María no sabemos cúando y dónde nació, ni quienes fueron sus padres.  No sabemos cuándo y donde murió, ni siquiera si murió. Todo es silencio en torno a María.  Los evangelios apócrifos nos dicen que los padres de María fueron Joaquin y Ana, pero los evangelios canónicos no nos dicen nada.  Todo es  incierto en torno a María, nada es seguro. Los orígenes de María  se esconden en el más absoluto silencio. 
 
     María en los Evangelios aparece unas veces como una persona con iniciativa propia: estando embarazada fué a ayudar a su prima Isabel, cuando Jesús se extravió en el templo no se quedó parada sin saber que hacer, tomó la iniciativa en las bodas de Caná. En otros pasajes evangélicos aparece y desaparece como si sintiera vergüenza de presentarse y no articula ni una sóla palabra: en Cafarnaun cuando busca a Jesús y  Este responde: ¿quien es mi madre y mis hermanos?, en el Calvario y  despues de la Asunción del Señor.  Parece como si el destino de Nuestra Madre fuera quedar siempre detrás, en la penumbra, en el silencio. 
 
     María cuando apenas era una adolescente, como todas las muchachas judias, fué declarada mayor de  edad y desposada con un hombre llamado José de la casa de David.  María estaba desposada, no casada, prometida con José.  Entre los esponsales y el casamiento (conducción) transcurrian doce meses, durante los cuales la prometida vivía en la casa de sus padres.  La ley consideraba  a José "señor" de María y podía repudiarla si se demostraba que había perdido la virginidad antes de la  conducción. Fué durante ese tiempo de desposada cuando el angel  Gabriel comunicó a María que iba a concebir al Hijo de Dios.   Sería precioso tener tiempo para analizar con detalle la escena  de la Anunciación. Todos la hemos oido muchas veces: el Angel  habla todo, María sólo una pregunta y una hermosa declaración.  Por primera vez en esta escena emerge una María llena de humildad  y da el sí de su vida, sin otro motivo que su fé y su amor. La fé de María fué única. Ella debe ser el prototipo del creyente. 
 
     Es impresionante la madurez que debía tener María a la edad de una  adolescente, ya que el hecho de ser la Madre del  Mesias, y el hecho de serlo de una manera prodigiosa, era como para desequilibrar emocionalmente a cualquier persona. 
 
     María no contó a nadie el secreto de la encarnación  virginal, ni siquiera a José.  Debe ser difícil de sobrellevar,  en soledad y en silencio, tan enorme peso psicológico y si fué  capaz de cargar con el peso de tan enorme responsabilidad,  significa que nos encontramos ante una persona dueña de sí misma.  ¿Pero por qué María no comunicó  al menos  a José  la noticia de  su estado?.  Lo más probable es que pensase que el hecho era tan  sorprendente que cualquiera pensaría que estaba dando una excusa  infantil para ocultar un mal paso.  Y Dios que la había metido en  un callejón sin salida vino en su auxilio con otra intervención  maravillosa: "José, deja a un lado esos temores. María es la Elegida, y lo que ha germinado en ella es la actuación directa y  excepcional del Espiritu Santo".  La delicadeza con la que José  se aproximó a María a partir de aquel momento debió ser infinita.  Y preparó rápidamente la ceremonia para tomarla por esposa. 
 
     Otro momento importante en la vida de María es descrito en  el Evangelio como la Visitación a su prima Isabel. Despues del  saludo de Isabel, María entona el Cántico del Magnificat, que  expresa los sentimientos de María, su humildad ante la grandeza  de la gracia recibida y su reconocimiento hacia Dios. María, a pesar de llevar dentro de sí al Mesias, conserva la conciencia de  su identidad y se considera la "esclava del Señor". 
 
     Creo que es importante que pensemos todos un poco lo que debió sentir María durante los meses de gestación. Si preguntamos a cualquier madre qué fué lo que sintió  cuando llevaba a su   hijo en su seno, la mayoría transmitiría una sensación de  felicidad, amor, cariño, dificilmente ponderable para los que no  hemos vivido antes esa experiencia.  Si esto le ocurre a  cualquier madre, María debió experimentar algo único que jamás se  repetirá.  Durante esos nueve meses Dios-Hijo vive, se alimenta,  respira de María, forman un sólo Cuerpo. María no necesitaba  rezar, pues nadie nunca ha estado más cerca de Dios.  Los  sentimientos de María hacia Dios podían quedar en su mente y su  silencio era tan elocuente como cuando todo se le comunica. 
 
     Al final de esos meses de comunicación íntima entre Dios y María, el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Durante  los primeros años de la vida de Jesús en Belén, en Egipto, o en Nazaret, Jesús no era nadie sin su Madre. María como cualquier madre, como cualquiera de vosotras, estaba siempre alrededor de  su hijo, andando cuando él andaba, parándose cuando se paraba, sonriéndole cuando lloraba, cuidandole cuando estaba enfermo, enseñándole a hablar, alimentándole con su leche cuando era pequeño, con el pan cuando era mayor y  dándole su vida en todo tiempo. 
 
     En el caso de María, como en muchos casos que todos  conoceis, la maternidad no fué un camino de rosas. María fué la  Madre Dolorosa, tuvo que huir al extranjero, su hijo se le  extravió en el Templo, luego se le fué de casa y finalmente murió  crucificado como un vulgar malhechor.  María recorrió esta vía  dolorosa con dignidad y en silencio. Simplemente estuvo  magnífica.  Nunca reclamó ni protestó. Si algo no entendía, lo  guardaba en su corazón y luego lo analizaba detenidamente. A las escenas ásperas respondió con dulzura y silencio.  
 
     María es la Reina de los Mártires pues jamás criatura humana ha sufrido como sufrió ella. Ver morir a Jesús, a Dios, a su hijo tuvo que ser desgarrador. En el Calvario María estuvo de pié, en silencio, acompañada de Juan.  Ni gritos, ni histerias, ni desmayos, posiblemente sin lágrimas. Solamente silencio.  Jesús clavado en la cruz, mira a María y le dice: "Mujer, he ahí a tu hijo".  Después dijo  al discípulo: "He ahí a tu madre". Juan en esos momentos representa a cada uno de nosotros y María se convierte en nuestra madre, la madre de toda la humanidad. 
 
     Es fácil imaginar lo que hizo María después de la Ascensión de Jesus a los Cielos. En los Hechos de los Apóstoles se comenta: "Los discípulos perseveraban unánimes en la oración, con algunas mujeres, con María, la Madre de Jesús...."  ¿Quién los mantenía unidos?  ¿Quién los animaba a salir todos los días a anunciar a Cristo?  Detrás de tanto ánimo sólo vemos a María.  Por eso, el título más preciso que se le ha dado a María es el de Madre de la Iglesia. 
 
     Hay dos teorías acerca de si María murió o si, sin morir fué elevada al Cielo en Cuerpo y Alma.  El Papa Pio XII con ocasión  de la definición Dogmática de la Asunción de María en 1950 no  aclaró nada.  María desapareció de este mundo como había llegado  y vivido, en silencio. 
 
    María fué como esos ventanales limpios y transparentes que nos permiten ver la belleza de un paisaje, pero, ¿quien se dá cuenta de la presencia y la función del vidrio?.  María nos transparentó el Misterio total de Jesús y su Salvación, y ella quedó en silencio. Apenas nadie se dió cuenta de su presencia. 
 
NOCHE DE LA ENCAMISA 
 
     Nosotros, el pueblo de Torrejoncillo, sí hemos comprendido  la función de María.  Cada uno de nosotros, lleva en sí algo  innato y algo aprendido. Como hijos de María hemos aprendido de  Ella su silencio.  Podemos aclamarla con vivas, pero todos hemos  vivido ese momento de silencio en nuestro interior, ese momento  en el que cada Torrejoncillano, a pesar del bullicio exterior,  entra intimamente en comunión con María la Noche de La Encamisá.  Por otra parte hemos aprendido de nuestros mayores a ensalzar el nombre de María proclamándola Reina y Señora. Tomamos su nombre  envuelto en pólvora y humo y lo proclamamos a los cuatro vientos como si quisiéramos que el nombre de María se extendiera por todo el mundo. 
 
      Es cierto que el mundo está sufriendo un cambio muy fuerte  y que nuestra fiesta Mariana por excelencia, la fiesta que antes sólo era de Torrejoncillo, hoy se vé mezclada con otros matices  de fiesta,   pero ¿quien de vosotros no siente un nudo en la garganta, o llora sin saber porqué, o se pone a lanzar vivas a la Virgen cuando  en la noche del 7 de Diciembre, a las 10 de la noche surge por la puerta de la iglesia el Estandarte de María Inmaculada?. ¡ Qué mezcla de sentimientos y emociones confluyen  en nuestro interior en esos momentos!  Es algo inexplicable que  quizá por eso no lo comprendan algunas personas de fuera.  Es  algo que llevamos dentro y que la noche de la Encamisá sale a  flote. Noche entrañable, mágica y misteriosa.  La noche de la  Encamisá es una noche de recuerdos, recuerdos del padre o la  madre  que se fué, del hijo que no volvió, del marido, de la  esposa , de tantos y tantos seres queridos que nos precedieron y  que ahora estarán gozando de la presencia de María.  Es también  noche de esperanza: que encontremos trabajo, que aprobemos el  curso, que saquemos unas oposiciones, que llueva o que no llueva  demasiado, que sane el familiar enfermo.  La noche de la Encamisá  es noche de Fé: unos no paran de aclamar a María, otros no son  capaces de articular una palabra; los hay que lloran o que La  aclaman con pólvora; algunos, con la muerte llamando a su puerta,  todavía le piden otra oportunidad. La noche del 7 de Diciembre es  noche de alegría: alegría de reunirse con la familia, los amigos;  el regreso del hijo que estudia o trabaja fuera, el soldado que  consiguió el permiso o el emigrante que pudo venir. La noche  misteriosa es noche de tristeza, la tristeza que vive en su  interior el torrejoncillano que pasa esa noche lejos de  Torrejoncillo, y la de su familia que no lo tiene esa noche  cerca. 
 
DESPEDIDA 
 
     Quise ser breve y trasmitiros la idea que tengo de María y  de la Encamisá. Espero haber conseguido reavivar la fé mariana  que todos tenemos, aunque a veces, algo escondida. Permitidme que acabe con esta reflexión final: 
 
     María la bendita entre todas las mujeres fué una humilde mujer, que realizaba todas las tareas e incluso más que cualquier madre de las que estais aquí ahora, que no fué reina como las de este mundo, sino esposa y madre de obreros. No fué rica sino pobre.  No fué soberana sino servidora. No es meta sino camino.  No es todopoderosa sino intercesora. Es el camino de los que  parten y la serenidad de los que se quedan. Es la Madre que dió a  luz a Jesucristo en cada uno de nosotros. Y por eso hoy también nosotros, al igual que nuestros antepasados nos entretenemos en  tu presencia,  soberana Virgen Madre de Dios, y juntando nuestras almas te consagramos nuestro espíritu, nuestra alma, nuestro cuerpo, a Ti que eres nuestra esperanza y  nuestro camino de salvación. Queremos honrarte como lo exige tu dignidad y lo vamos a hacer como lo hemos aprendido desde niños, porque así nos lo  han enseñado, vitoreándote y aclamándote como en la noche de la Encamisá, con nuestros vivas, porque son nuestros, de nuestro pueblo, de Torrejoncillo: 
 
¡ VIVA MARIA SANTISIMA! 
¡VIVA LA REINA DE LOS ANGELES! 
¡VIVA MARIA INMACULADA! 
¡VIVA LA PURISIMA CONCEPCION!
 
Torrejoncillo,  2 de Diciembre de 1990