Dña. Marisol Rodilla León
Querida Madre:
Aunque nos hablamos a diario, a veces, se me olvida tu cara, tus rasgos se difuminan con la distancia, no me llegan tan claros como yo quisiera y... necesito verte.
Tengo ante mí un programa de actos de un año cualquiera. Tú nunca cambias, y ahora miro tu foto para sentirte más cerca.
Detrás, la iglesia y el Ayuntamiento, y en el medio, perfecto equilibrio, estás Tú.
No me impresiona tu manto bordado, disculpable y precioso capricho humano, regalo cariñoso para que te sientas guapa; ni tampoco el camino de flores que te hemos trazado, aunque Tú estés ahí para alegrar tu paso, para manifestarte que con él no existen ni dolor ni espinas, su hermosura es pasajera.
Me impresionan esas manos cruzadas sobre el pecho, que nos muestran la paz que hay en tu espíritu, saludo que escogieron muchos pueblos como señal de bienvenida, para acoger en su casa al huésped que los visitaba; esas manos pequeñas y sutiles que nos llevan hasta tu corazón, donde nos albergas sin importarte nuestra identidad.
Me conmueve tu rostro, infantil y delicado rostro (¡bien sabía el Creador que en la infancia se halla el sentimiento más puro, que la cara de un niño refleja la ilusión necesaria para seguir viviendo¡).
Me conmueve tu serena y misericordiosa mirada, que se pierde en un infinito de esperanza.
Y me emociona tu armoniosa belleza, coronada por doce estrellas que una noche escaparon del cielo para besar tus cabellos.
Todos estos destellos de amor brotan desde una sencilla foto y ahora, ya me resulta más fácil sentirte a mi lado, tenerte más cerca y contarte las cosas que por aquí suceden.
Permíteme empezar por mis recuerdos retrocediendo en la lectura de las páginas del libro de mi vida: es noviembre y las caras de los niños se sorprenden y se alegran ante el estallido del primer cohete y el repique de las campanas, que anuncian la novena. Todos, contentos, asistíamos a ella y, allí, el lento desgranar del rosario transcurrían monótono hasta llegar al tan ansiado “Pues Concebida”. ¡Maravillosa manifestación de afecto infantil! ¡Melodioso entendimiento entre coro y niños¡ Cuando contestábamos “Ave María, llena de gracias”. Y después, esa fila interminable de chicos saliendo por la sacristía, y nosotras también saliendo por la puerta principal, porque aún no acertábamos a comprender lo que el predicador decía en el sermón.
Continúo mi lectura y me detengo en aquellas tardes soleadas y frías, cuando salíamos, felices y abrigaos, al campo a recoger “jachas”, para quemarlas en hogueras, que encendíamos a la puerta de nuestra casa, antes de que Tú pasaras.
Y por fin la Gran Noche... Me hubiera gustado contemplar tu imagen y grabarla en mi mente para siempre, pues los recuerdos de la infancia son lo más inocentes y entrañables, pero el estruendo de tiros y cohetes me asustaba y eran mayores mis temores que mis deseos. Esa Noche, algunos niños tenían la suerte de acompañarte a caballo, junto a su padre; otros, sin embargo, teníamos que mirarte, tímidamente, desde una escondida ventana, pero ninguno entendía la explosión de ¡Vivas! Y lágrimas de los mayores que, jubilosos, te aclamaban.
Todos, después, nos acostábamos ilusionados, pensando en aquel traje nuevo que estrenaríamos al día siguiente, en comprar las divertidas “estallaeras” y las niñas, en ponernos aquella medalla con cinta azul que tanto nos gustaba llevar en tu procesión.
Veo que los primeros capítulos de mi vida transcurren deprisa y que en ellos se quedan los recuerdos de mi infancia. Las siguientes páginas aparecen más claras, más cercanas. Cuando ya de jóvenes, muchos pasábamos los inviernos fuera del pueblo y la incertidumbre de no saber si podríamos venir a “La Encamisá”, nos juntaba y nos hacía hablar de Ti durante días y días. Al final, todos llegábamos, felices, por encontrarnos aquí un año más y presurosos e ilusionados marchábamos a la plaza..., bien de “encamisaos”, bien con escopetas, o bien reuniéndonos en el atrio, esperando que dieran las diez. Nuestro corazón se estremeció por primera vez y en un instante entendió todo lo que la niñez le había negado hasta entonces: un nudo en la garganta y unas primeras lágrimas de amor y fe impedían que nuestras voces llegaran hasta Ti vibrantes y que pudiéramos contemplarte, con claridad, como la más bella Madre y fulgurante Estrella.
Después, miles de estrofas, cohetes y tiros afloraban a tu lado y llenaban de entusiasmo las estrechas y difíciles calles del pueblo y nosotros ya nos sentíamos mayores por poderte acompañar y “tirarte ¡Vivas!” hasta que nuestra garganta no podía más. Luego, guardábamos fuerzas para despedirte esa noche y al día siguiente recibirte y aclamarte en un banco disponible de la iglesia o en cualquier hueco posible de las gradas del altar mayor.
Me hubiera gustado detener y prolongar estos momentos y estoa años tan intensos de emociones y anhelos, pues mis ojos, más tarde descubrieron que la realidad cotidiana no era la que yo me había forjado.
Descubrieron que este mundo es un lío, porque cada día nosotros lo liamos más; que está viejo y falto de ideas e ideales; y que nos encontramos inmersos en una alocada carrera por imponer nuestro propio yo, y así:
- Hablamos por hablar, sin haber aprendido a escuchar.
- Herimos por herir, sin haber aprendido a perdonar.
- Y nos “andamos por las ramas” sin querer llegar a la raíz y, mucho menos, renovar nuestra savia.
Mis ojos apreciaron, que somos vulgares servidores de las prisas, de falsas promesas, de absurdas influencias, que se erigen como diosas incorruptas y nos obligan a hacer trampas para sobrevivir y ganar, pues nos convencen a diario de que lo importante no es participar, sino llegar el primero.
También mis ojos notaron, que ocupamos los días en vivir de apariencias, en estar a la última moda, para lograr un mayor prestigio y nos afanamos en ocultar nuestros sentimientos, saliendo a la calle con una coraza, temerosos de que se nos descubra como realmente somos.
¡Qué complicada realidad percibieron!. Con lo fácil que resultaría todo:
Si sólo una vez, reconociésemos que nos sobra egoísmo y nos faltan ternura y comprensión. Ternura porque olvidamos, a menudo, que una caricia o un mimo rompen cualquier esquema. Comprensión, porque nos cerramos cada día más, mostrándonos ante nuestros amigos, hermanos, padres e hijos como seres intolerantes y perfectos. Si sólo una vez, demostrásemos y sacásemos fuera nuestros sentimientos, conscientes de que esto no nos hace débiles o inmaduros, sino más fuertes, seguros y libres.
Si sólo una vez, sintiésemos que el amor es el motor del mundo, el principio y el fin de nuestra vida. Ese amor que, desde hace veinte siglos, sabemos que existe cuando te notamos en cada detalle diario, que pueda conmover el alma.
Pero quiero decirte que Tú no sólo te haces presente en esa sonrisa, en esa lágrima, en ese beso o mirada de amor que nos hace temblar.
También, en el instante de súplica para que sane pronto el ser querido que tenemos enfermo, apareces Tú.
En el momento de ruego para que protejas y hagas que regrese pronto alguien a quien amamos, te encuentras Tú.
En las horas de lucha para que no nos invada la soledad o tristeza, surges Tú.
En los minutos de alegría para recibir nuestra gratitud, te hallas Tú.
En todo... estás Tú.
Y ahora ya, estas últimas páginas de mi vida aparecen escritas con tinta de distancia. La mayoría de aquellos jóvenes, que despertamos al mundo, hemos crecido y el trabajo nos ha obligado a salir de nuestro pueblo, pero no te olvidamos y procuramos venir a acompañarte en estos días.
Cuando, solamente un año, faltamos a tu Cita, la ausencia nos rompe el alma y deambulamos, perdidos, entre las calles de alguna ciudad que, a diario, nos puede resultar agradable, pero que esa Noche nos abruma y nos sumerge en una profunda añoranza.
Aunque el teléfono nos acerque a Ti, a la familia y al pueblo para mantenernos vivos, dos recuerdos llevamos prendidos y surgen constantemente. Uno a las diez cuando, entre un volcán de amor y fuego y un inmenso mar de manos, haces tu aparición para reencontrarte con todos y hacernos olvidar la realidad de cada día. El otro, más emotivo, más íntimo, más “nuestro”, cuando, en la tarde del día siguiente, entras en la iglesia rodeada de una gran nube de voces y pólvora, cuando cruzas el arco del coro, caminando lentamente hacia el alta, entre miles de hiedras que extienden sus ramas, para estrecharte muy fuerte, para abrazarte eternamente y cuando, desde tu trono, nos contemplas dejándote envolver por esa triste y a la vez dulce, Salve, que entonamos con la esperanza de volvernos a encontrar en torno a Ti y de que no existan ya más despedidas.
Las notas y los versos de esta canción, ahora, se enredan en mi memoria, por eso, quiero pedirte que no te olvides de “volver hacia nosotros tus ojos misericordiosos”, pues hay un rincón en el mundo donde millares de corazones se preparan, no para dedicarte unos breves instantes diarios, sino toda la vida, con sus continuas alegrías y penas, con los recuerdos imborrables de personas queridas, que ahora no están y con fervientes deseos de hacernos mejores, para que te sientas a gusto entre nosotros.
Torrejoncillo lanza al vuelo las campañas de su ilusión para anunciarte, viste su corazón de gala para recibirte, llena su alma de amor para sentirte y prepara su gran fiesta, en la que siempre cabrá una invitación a la esperanza.