¡En directo! Emisión por internet de los actos de la Encamisá. Torrejoncillo Televisión - TTV. Ver más eventos

Dn. Juan Antonio Bueso Sánchez

 

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      Señoras, señores, mis queridos paisanos:

Constituye para mí un gran honor presentar este pregón de la “Encamisá” de 1982 en este familiar “cine Lasi” que forma ya parte con todo merecimiento de la historia de nuestro Torrejoncillo.

Mi intención es ser breve, No puedo no debo abusar de vuestra paciencia ni de vuestra cortesía. No me considero protagonista de este día. Soy un eslabón más dentro de la cadena de actos que hoy estamos celebrando. De verdad, mi intención es ser relativamente breve.

Me ha sido muy fácil eludir la tremenda responsabilidad que supone colocarse aquí, cara la cara, frente a frente, ante un público tan numeroso que, quiérase o no, va a ejercer una función de juez, de crítica sana lógica, constructiva incluso, respecto a la actuación de unos y otros oradores que han desfilado por esta misma tribuna.

Me habría sedo muy fácil, repito, eludir esta responsabilidad, pretextando circunstancias laborales, de enfermedad, de indisposición pasajera, o más sencillo aún, no aceptando esta tarea cuando me fue encomendada por la directiva de los Paladines de la “Encamisá”.

No obstante, no pasó ni un momento por mi imaginación soslayar el ofrecimiento, aún a pesar de ser consciente de que como hombre de ciencias que soy, que no de letras, la oratoria no era mi punto fuerte.

Acepté, además, porque lo contrario habría tenido aires de deserción, por emplear una terminología más agresiva aunque justa, como habría sido la de cobardía.

Decididamente, y como razón suprema, os diré que acepté porque no podía negarme ni a la Virgen, ni a Torrejoncillo, ni a mi sentir.

Por circunstancias que no vienen al caso pero siempre por causas ajenas a mi voluntad, me he visto privado, sistemáticamente, de escuchar los pregones de la “Encamisá”, excepción hecha del pasado año. No cuento, pues, con una experiencia que a estas alturas me habría resultado valiosísima. Pero cuento con un bagaje, con una carga espiritual, que me hará llegar a buen puerto: mi amor por Torrejoncillo, mi pueblo, y mi devoción por la “Encamisá”. Con estas dos credenciales en mi poder me será fácil abordar vuestras mentes y vuestros corazones porque así, todos, como se dice hoy día, emitiremos en la misma longitud de onda.

Si es cierto que el amor no consiste en mirarse a los ojos sino en mirar ambos en la misma dirección, hemos de convenir que a todos nos une nuestro amor y nuestro cariño por Torrejoncillo y por su “Encamisá”.

A la vista de las circunstancias recién expuestas han abundado los consejos, las insinuaciones, las directrices que pretendían imponerme amigos, conocidos e incluso familiares para suplir mi falta de experiencia en estas lides y pretendiendo de este modo conseguir, con la máxima honradez y la mejor intención,  llevar este pregón por unos cauces y a su modo. Con mi agradecimiento, pero con toda firmeza, rechacé esta ayuda. Quiero que este pregón no sea el reflejo de los deseos de los demás. Quiero que este pregón sea un mensaje para todo el pueblo de Torrejoncillo.

En torno a las consideraciones previas que estoy apuntando, previas al pregón en sí, me queda una que, por lo delicado del tema, porque no quiero tergiversaciones, he dejado intencionadamente para último lugar. No os voy a hablar de la Virgen. Sin embargo, nadie puede poner en duda el carácter mariano de nuestra “Encamisá”. Nadie ignora que nuestra fiesta tiene por protagonista a la Virgen María. Yo me reafirmo en esta fe popular. Insisto: yo me reafirmo en esta fe. Nuestra “Encamisá” quedaría sin alma sin esta vocación a la Virgen que nosotros, los torrejoncillanos, llevamos clavada en lo más profundo de nuestros corazones, tesoro heredado de nuestros padres, amorosamente conservado y cuidadosamente transmitido a nuestros hijos. No os voy a hablar de la Virgen porque otros anteriores a mí, con más conocimiento de causa que yo, ya lo han hecho y porque otros posteriores a mí estoy seguro que lo harán también. Tampoco vamos a hablar de la historia de nuestra fiesta ni de la historia de nuestro pueblo por razones similares.

Yo estoy aquí este año y ahora para contribuir modestamente a engrandecer este día que se aproxima y para agradecer, expresamente y en nombre de Torrejoncillo, a todos aquellos que de una forma palpable o callada ayudan año tas año a mantener la majestuosidad de nuestra “Encamisá” en sus cotas más altas.

No vamos a hablar tampoco de los posibles defectos. Yo al menos no le veo ninguno de importancia. Peligros sí nos acechan, después los veremos de pasada. En todo caso, si algún defecto existiera y hubiera que buscar responsables, sepan ya que son perdonados de corazón y que deben recapacitar, pensando que tal vez sea cierta aquella frase que dice que el error no es ni más ni menos que la verdad equivocada en el tiempo. En definitiva, tal vez en el más allá alguien nos premie o nos demande por nuestro comportamiento en esa noche. Cientos de años de tradición nos contemplan, torrejoncillanos. Hemos sustraído una gran responsabilidad histórica, de ahí que ni la negativa ni la inhibición tengan cabida entre nosotros. Por lo que más queráis, ¡no defraudemos a nuestros antepasados!

Es hora  –y esto es parte de mi mensaje-  de hacer examen de conciencia y preguntarnos no qué puede hacer la “Encamisá” por nosotros sino qué podemos hacer nosotros por  la “Encamisá”. Y yo os digo que todos estamos haciendo algo. Todos. Continuemos así porque este es el modo de contribuir, al margen de ideologías políticas o de creencias religiosas. Es la manera de rechazar posturas inmovilistas y de realizar progreso. Porque la brillantez de ese día no debe ser atributo inherente a los Paladines de “Encamisá” ni privilegio exclusivo de los mayordomos. Debe ser tarea de todos. Lo mismo que los frutos cosechados serán patrimonio de todos por igual.

Llegada la hora de la ronda de agradecimientos, empezaremos, por deferencia por los de fuera, por los ajenos. Recientemente, no hace muchos días, con un Torrejoncillano allá al fondo contrastando vigorosamente con el atardecer, sobre el ocaso de lo espiritual y lo auténtico, precisamente ayer, digo, era un forastero entusiasta de nuestra fiesta y asiduo a ella desde hace muchos años, quién me decía: “¡Qué orgullosos deben sentirse los torrejoncillanos en ese día! Acudo año tras año porque durante ese singular y maravilloso espectáculo, a ratos me encuentro más cerca de lo divino que de lo humano.” No encontré palabras para agradecer este bello sentimiento. A este buen hombre, que me pidió respetar su anonimato, así como a todos los forasteros que de buena fe nos honran con su presencia en esa noche, yo les manifiesto desde aquí nuestro testimonio de sincera gratitud.

Y llega ahora el turno para los demás, para los de “casa”, para los torrejoncillanos.

En la mente de todos están los Paladines de la “Encamisá”. Grupo altruista y ejemplar que sin pedir nada a cambio, sin guiarles ningún afán de protagonismo o de lucro, han conseguido perfilar y dar aires nuevos a la “Encamisá”, por la senda idónea, ojo, digo idónea, acorde con los tiempos actuales y a veces difíciles. Tarea muchas veces ingrata y casi siempre inadvertida. Continuad así, amigos míos de la directiva. Contaréis siempre con nuestro reconocimiento y apoyo.

Lugar aparte, con todo merecimiento, está reservado a todas aquellas familias que fueron, son y serán mayordomos de la “Encamisá”. Casi me atrevería a afirmar que ya tenéis un trozo de cielo ganado. No es ningún secreto afirmar la cantidad de sinsabores, preocupaciones e inquietudes que conlleva esta labor voluntaria e idealista, digna de nuestro mayor y mejor reconocimiento. Hoy día, como ya sabéis, bajo la tutela de los paladines, la mayordomía tomó otros cauces. No obstante, a todas las familias que fuisteis mayordomos, a la familia de este año y a todas las familias venideras, de corazones, muchas gracias.

Sería una ingratitud no recordar para agradecer a todos aquellos que ofrecen el colorido y el tipismo tradicional a nuestra gran noche. Hay varios grupos, ahora me estoy refiriendo a ese compuesto en su mayoría por gente joven, magnífica, que llueva o truene, haga frío se sitúa en los lugares más estratégicos para sorprender a propios y extraños con sus salvas de disparos, sin importarles ni el gasto económico que ello suponga ni los daños que puedan originar a su escopeta. Gracias a todos ellos, presentes y ausentes, sí como a todos aquellos que desde sus casas saludan del mismo modo el paso del estandarte.

Dentro de este mismo grupo y porque contribuyen también del modo más vistoso, hemos de incluir, ineludiblemente, a esa multitud de jinetes de todas las edades, caravana de ilusiones, caballeros de la Virgen, plasmando a lo vivo la más recia tradición torrejoncillana. Para todos ellos nuestro testimonio de gratitud y nuestro aliento de ánimo para continuar así. Así y no de otro modo. Os decía antes que nos acechaban peligros; aquí los tenéis. Tened en cuenta que toda innovación , toda solución creadora que no pase por el tamiz, por la criba de la de la directiva de los Paladines de la “Encamisá”, puede resultar un error irreparable. Cerremos, pues, nuestras puertas a cal y canto para no escuchar los cantos de sirena de los aires renovadores, consensuadas , que al engaño del progreso destruyen lo auténtico. Que Torrejoncillo no sea la muy confiada ciudad de Troya que abra sus puertas al falso caballo, escondrijo de derribistas. Estos, y no otros son los peligros que nos acechan. Quien tenga oídos para oír que oiga.

Les ruego me disculpen si al abordar el tema que viene a continuación, el tema de los emigrantes, pongo un énfasis especial. Y es que este tema resulta particularmente doloroso para mí. Es obligado recordar aquí a nuestros emigrantes. ¡Cuántos hogares cojos o desmembrados a consecuencia de la emigración! Triste herencia la recibida por Extremadura y sus hijos que plasmaron en otros tiempos las páginas más gloriosas de la historia de nuestra Espala. No pretendo, de ningún modo, analizar aquí los orígenes de nuestra dispersión, de nuestra dolorosa diáspora en la que solamente hemos logrado salvar algo. Dice un antiguo proverbio árabe: “Jamás acorrales a tu rival y dale siempre la oportunidad de salvar su dignidad.”

Sí, hemos salvado nuestra dignidad. Pero, ¡a qué precio tan caro, Señor! Vaga mi imaginación, sin desearlo, por esas impersonales ciudades de Europa en donde tantos hijos de esta noble tierra han tenido que buscar el pan con sangre, sudor y lágrimas. Una humanidad doliente en el cuerpo y en el alma. Una humanidad doliente en el cuerpo y en el alma. Una humanidad que sufre y por lo tanto ama. Una humanidad redentora y sin redimir. Apartados por imperativos ineludibles de la vida de esta tierra que los vio nacer. De esta tierra, como dice Luis Chamizo, el poeta extremeño, en la que el sol, al atardecer, produce relumbres de lentejuelas contra los canchales; de esos canchales que afloran a la pradera con tal vocación campesina, que se camuflan de verdines entre la retama.

Conocemos, emigrantes, por vuestra manifestaciones más íntimas, cálidas y entrañables de vuestra auténtica creencia, vuestra firme fe y vuestro entusiasmo unánime. Que la Virgen Santísima os lo premie, emigrantes queridos.

Os prometí al principio ser breve. Así es que, por último, intencionadamente (los últimos seréis los primeros, ¿recordáis esa frase bíblica?) nuestra atención se centra en todas las madres y en todas las esposas de todos los ausentes. Ausentes temporales, como los emigrantes y ausentes para siempre como los difuntos. Cuando vosotras, desde vuestro lugar preferido que es el atrio de la iglesia a la entrada y salida del estandarte, ya no podáis gritar más porque la emoción y la pena os lo impide, recordad y reconfortaos con las palabras que nos dejó escritas el gran Rabindranarh Tagore: “No lloréis por haber perdido el sol, pues las lágrimas os impedirán ver las estrellas.”

Creedme todos, y ya termino: Un pueblo que mantiene tan firme fe, unos hombres y unas mujeres que ponen toda su alma y su vida en la Pura, en María Inmaculada, en la Madre de Dios, amparo de sus dolores, consoladora de sus angustias, un pueblo así, no morirá jamás.

¡VIVA MARÍA SANTÍSIMA!

¡VIVA MARÍA INMACULADA!

¡VIVA LA REINA DE LOS ÁNGELES!

¡VIVA LA PATRONA DE ESPAÑA!

¡VIVA LA “ENCAMISÁ”!

¡VIVA TORREJONCILLO!