Dn. Manuel Galán Núñez
Cuando el Presidente de los Paladines me hizo saber que mi nombre había sido propuesto para pregonero de este año, sentí el peso de esta responsabilidad; gustoso le hubiera dicho no, pero en una reflexión inmediata, le dije sí, acepto. Recordé las palabras del Evangelio: “no me habéis elegido vosotros a mí, sino yo quien os elegí a vosotros.
Consideré que esto es una llamada y como toda llamada, tiene una respuesta. Esta llamada deja un eco profundo, una huella impresionante, en cualquier persona responsable, por eso acepté complacido y gustoso, lo creí un deber.
Si hay algo que llene de satisfacción a un nativo, es el alto honor que representa ocupar este escenario, sin otro merecimiento del que me enorgullezco, que el de ser hijo de este pueblo laborioso, amante de la Inmaculada.
Recurrí para iniciar el pregón a esos dos condicionantes que no pueden faltar en ninguna empresa o actividad humana: ilusión y entusiasmo. Con una gran dosis de ilusión y entusiasmo fui perfilando, estructurando, el esquema de lo que ahora os estoy diciendo.
Todas las fiestas cívico-populares y religiosas, como la nuestra, tienen un componente profano, a pesar de que su raíz entrañe profunda religiosidad; los dos componentes, religioso y profano, se complementan recíprocamente y constituyen un conjunto, aunque en singular, independientemente, cada uno conserve su propia identidad.
Como ejemplo de lo que quiero significar, ahí tenéis la Semana Santa en Sevilla, el Pilar de Zaragoza, el Rocío de Huelva, cada uno con su estilo popular característico, y los tres con solera, garra y tradición.
Nadie pone en duda la religiosidad del pueblo sevillano por la Macarena, de los aragoneses por la Virgen del Pilar, ni del pueblo onubense en su deseo apasionado por llevar a su Virgen. En contraste de tanta religiosidad, la saeta va acompañada de manzanilla, el Pilar es un exhibicionismo folclórico, y el Rocío una romería con jolgorio típicamente andaluz.
Igualmente nosotros y con parecidas matizaciones podemos delimitar esos dos componentes aludidos. En el campo profano tenemos una serie de elementos que juntos, asociados, constituyen un toso: escopetas, cohetes, fuegos de artificio, masificación popular, festejo en una palabra, si emplear esta en sentido peyorativo. Y este componente con toda su dinámica, se va a complementar en conjunción armónica con la festividad religiosa, en el tremolar del estandarte, con todo el cortejo de fervor popular, declamando en vivas entusiastas, canciones, oraciones, etc, y en esa fusión, en esta amalgama se genera nuestra Encamisá.
La Encamisá, es efectivamente fiesta de gran espiritualidad pero de enorme carga profana. La espiritualidad como don sobrenatural, no se puede pesar ni medir, con ningún parámetro; no hay masa ni volumen, ni hay artificio capaz de cuantificar algo tan abstracto y subjetivo; de ella no se puede hacer balance como en cualquier actividad económica o mercantil, no caben exámenes analíticos ni juicios de valor. Su única medida es nuestra propia vida interior, esto es, nuestra formación doctrinal y el conocimiento de nuestra fe.
El crecimiento de la fe viene determinado por la propia evolución individual, y en especial por las constantes: ambientación, genética, entendiendo como tal la predisposición, y como derivación y perfeccionamiento de estas dos, toda una cadena de estratos educativos adquiridos a lo largo de: escolaridad-infancia, adolescencia-juventud y madurez-ancianidad, todos con un denominador común: el amor a la Virgen Inmaculada.
El enriquecimiento en este medio de cultivo es el estimulante que asevera todo lo que sentimos por la Encamisá, lo que sentimos por tradición, porque aprendimos Pues Concebida en la cuna, de labios de nuestras madres, muchas ya desaparecidas, y en nuestra alma de niño quedan grabadas para siempre esas canciones, estribillos y tonadillas, con recuerdos que psicológicamente no se pueden olvidar.
Y porque es algo nuestro que llevamos muy dentro, la vivimos con tanta intensidad y con participación activa en todos sus actos.
Sentimos y vivimos la Encamisá. Sentir y vivir son dos verbos que nosotros potenciamos ideológicamente al enmarcarlos en la fe. La fe es la luz que ilumina el alma, es el tesoro que nos acerca a María.
Si no fuera por esa idealización y ese acercamiento ¿Quién tiene poder de convocatoria para movilizarnos y concentrarnos a una ingente multitud con tan exacta puntualidad? ¿Cómo explicarnos, que un día ordinario, con jornada laboral normal, como mañana, tengamos esa especial sensibilización en que sólo un repique de campanas, nos crea esa predisposición, ese estado anímico ante un inmediato acontecer?
Si la fe, que es una virtud, tuviera medida, la nuestra de torrejoncillanos, su coeficiente o índice de proporcionalidad estaría determinado por el calor de nuestros vivas y la intensidad de nuestra emoción. La emotividad es parte activa del apasionamiento, y una y otra, no siempre se manifiestan externamente, porque hay quien da vivas y quien llora, pero hay quien no puede darlos porque se ahoga en llanto y quien no sólo llora internamente. Esos que lloran interiormente son los de “los gritos callados”, de “Gritos Callados” de los que nos habla José Mª Escrivá de Balaguer en su libro de homilías: Es Cristo que pasa.
La Encamisá es noche de júbilo, son muchas satisfacciones que en escalada ascendente culminan en la salida del estandarte, que es la chispa, el detonante que enciende el voltaje, elevándolo a “alta tensión”.
El estandarte polariza nuestra atención. Es el centro de gravedad de nuestras miradas. La gravedad, ley física, ejerce sobre él la atracción de su propio peso a la vertical, y la vertical es su posición normal, correcta, que a la entrada y salida del templo deberíamos respetar, evitando esa euforia mal entendida, de llegar hasta él y tocarlo, esa agresividad piadosa, dándole giros y tirones, ese inmoderado deseo de hacerlo nuestro, en actitud desenfrenada, en afán de abrazarlo, con un apasionamiento que llega al paroxismo.
Esa conducta no la hemos heredado, se hereda la fe, que la hemos recibido desde tiempos ancestrales. Lo otro es un esnobismo gratuito.
Como soy de aquí, comprendo ese apasionamiento y sé interpretar fielmente vuestros sentimientos, que son los míos. Pero yo no necesito explicación de porque hacéis eso, la explicación hay que darla a los demás. Pensar el juicio de los que no nos comprenden, el comentario de los observadores imparciales, de los fríos, de los indiferentes, y hasta de los detractores, que también los hay.
Convengamos que no es ortodoxo, que rompe una norma consuetudinaria y costumbrista, porque los de la década de los años 20, los que tenéis mi edad, y con más motivo los mayores, recordareis que han sido mucho los años que vimos sacar el estandarte a una mujer sola, y sólo ella se bastaba para hacerlo llegar al mayordomo, y no precisamente por su complexión atlética, sino porque en tan corto trayecto no encontraba entorpecimiento y tenía el camino libre.
Hoy, sacar el estandarte, es poner en riesgo la integridad física del portador y acompañantes. Si analizamos con profundidad, veremos que esta fase se puede mejorar, y a todo este auge de euforia y entusiasmo darle un cauce de más moderación y sensatez. Y esta misma moderación, hay que hacerla extensiva a las escopetas, para evitar el hecho tan poco consolador, de ver, aunque pocas veces, quemado el estandarte.
Yo sé bien que nosotros con nuestras salvas, queremos transmitir, proyectar, al estandarte el fuego de nuestro corazón; es como si a través de la salva fuera cristalizada nuestra ilusión, pero debemos pensar que lo hacemos manejando un potencial de energía y calor, que al encuentro de una sustancia combustible, tan delicada, necesariamente se destruirá, siempre que lo hagamos en un área limitada, restringida, tan cercana, que la salva no se pueda expansionar, y entonces corremos el riesgo de destruir su azul inmaculado, sólo comparable al del cielo y el mar. Y somos incoherentes con las palabras del Misterio: sin romperlo ni mancharlo.
Soy solidario del bien hacer de las escopetas, creo que cumplen su cometido, pero ese cometido sólo lo sabemos interpretar nosotros. Para nosotros, una salva, un tiro al estandarte, es un piropo a la Virgen, un viva, una plegaria, un grito jubiloso; para los visitantes que ven quemado el estandarte, puede suponer decepción, escepticismo e incluso desencanto.
Pero esto son las sombras de toda festividad civico-popular y religiosa, de las que nosotros no podemos ser excepción, son cosas menores y más chicas, que con un “mucho” de interés se pueden corregir y superar.
La Encamisá es oración, porque es rezo en que se pide y se alaba a la Virgen, es noche de plegarias ¿Quién hay que no pide “algo” a la Virgen cuando pasa a su lado el estandarte? Ese “algo” impersonal es el hijo enfermo, el padre o esposo emigrante, el disminuido físico, las viudas y ancianos en su soledad, el recuerdo, más presente esa noche que ninguna otra, de los seres queridos que todos hemos perdido; La petición unánime de este día: el agua que todos necesitamos.
Y es oración porque se la alaba. Cada viva es un grito de acción de gracias por tantos favores recibidos: por el resultado feliz de la intervención quirúrgica, por el aprobado en la oposición, por la llegada del soldado, por el nacimiento del hijo, por el empleo.
Y esta oración esta orquestada por el ruido circundante de repique de campanas, por disparos de escopetas y por cohetes.
La Encamisá es nuestro símbolo, la representación genuina de un pueblo, la expresión de la vida espiritual de generaciones, la raíz de nuestra propia identidad.
Yo quisiera en este momento ser capaz de transmitiros mi pensamiento, de deciros una frase gráfica que sea exponente de mi sentir, y esto creo lograrlo si, olvidando la semántica, y auque parezca no se si osadía o audacia, pongo en boca de la Madre las palabras del hijo, cuando dice: “donde quiera que estéis dos o más en mi nombre, allí estaré yo, en medio de vosotros”. Y en esa noche Ella sí que esta con todos nosotros.
Y nosotros obedientes a esa consigna, hacemos manifestación pública de nuestra fe. Por eso, donde hay uno, dos, o más de nosotros, individual o colectivamente, en colegio, cuartel, en el trabajo, emigrantes, instituto o universidad, se nos conoce por el sobrenombre de “el” o “los de la Encamisá”.
Es nuestro símbolo en penas y alegrías. Noche de aflicción y dolor donde hay llanto. Noche de alborozo y satisfacciones familiares donde hay alegría. Noche de hermandad, de comunidad, de puertas abiertas, y en el correr de nuestras vidas siempre cerca de Ella.
Nacemos, y nos hacen la presentación en el templo, en las primeras salidas de nuestras madres, haciendo ofrenda a la Virgen del fruto de sus entrañas.
Crecemos, y estamos en las gradas del presbiterio cantando Pues Concebida.
Jugamos, y lo hacemos al estilo y al aire de esos días.
Venimos, todos los que estamos cerca, jubilosos, optimistas, al encuentro con los dispersos por otros puntos de la geografía patria, seguros que a esta cita no faltarán.
Los ausentes que no pueden acudir están con nosotros.
Los que se fueron para siempre, nos ven desde arriba, y en esa noche volvemos a estar todos juntos espiritualmente, estrechamente unidos, bajo su manto protector.
En este momento me dirijo a vosotros, juventud torrejoncillana, para que no os sintáis nostálgicos del pasado y caigáis en el desaliento cuando oigáis juicios comparativos entre ayer y hoy. Pensad que la Encamisá es una constante, que no distingue época. Podéis corregir a Jorge Manrique diciéndole que no cualquier tiempo pasado fue mejor. La de mi niñez fue una, con la austeridad y piedad de aquellos días; esta de hoy, de mi madurez, madurez cronológica se entiende, es otra, pero con el signo de su tiempo. Dos épocas distintas, pero una misma forma de irradiar fe, de ser luz y sal, con todo el contenido de esta bella metáfora; luz de alumbrar, de iluminar con nuestros faroles, de caminar, de sabernos mover hacia Ella; sal de sabor, de sazonar, pero de sabor mariano.
Lo que sí nos gustaría a nuestra generación es que estuvierais a nuestra “altura” a la hora del “relevo”, que el compromiso que tenemos de “legar” a las generaciones que nos sucedan, la devoción mariana que hemos recibido, no se interrumpa en vosotros, que cojáis la antorcha que os damos hoy con la misma fe y entusiasmo que nosotros la recibimos ayer.
Sabemos que es muy difícil la hora que en común a padres y a hijos nos ha tocado vivir, época de crisis: crisis familiar, de fe, de valores éticos y morales, de deshumanización de la sociedad, y el vacío de esta hora actual lo tenemos que llenar de contenido, con un apostolado familiar fecundo, donde nosotros ejerzamos la “profesionalidad de padres” a sus más altas cotas de nivel, y vosotros conscientes de la responsabilidad de hijos, asimiléis estos ideales; que la semilla que hemos sembrado en vosotros no sea estéril y logréis un mundo mejor sin la tiniebla y la asfixia de hoy. Que sepáis “compartir” esa palabra tan bonita y de tan hondo significado que es un regalo del Vaticano II.
Para que haya paridad, para lograr un término de igualdad, ni vosotros nostálgicos de ayer, ni nosotros de hoy. Vuestras formas inconformistas y contestatarias, no son incompatibles con la formación mariana que habéis recibido.
Sed fieles a estos principios. No os dejéis influenciar por corrientes innovadoras, conservad nuestras convicciones tradicionales, que por ser de vuestros antepasados ya son historia. Atronad el espacio con vuestras canciones, enronqueced con vuestros vivas, pero no seáis indiferentes a la tradición, que es decir a la Encamisá.
No es irreverente decir, siguiendo el “slogan publicitario”, la Encamisá es diferente. Por algo se le eleva a la categoría de Interés Turístico Nacional.
Cuando se otorga una distinción, tan codiciada, es porque hay “algo” notable y característico que la distingue de las demás, porque lleva implícito un sello peculiar, porque, no sé si es insatisfactorio o improcedente decir que tiene “duende”. Escusado decir que tiene Ángel, siendo Reina de los Ángeles, por todo un abanico de matizaciones, por la policromía del cortejo, y por tantos rasgos singulares.
Cuando una fiesta cuyo auténtico “protagonista” es el pueblo, por cívico-popular y religiosa recibe un título que la dignifica, el pueblo que es el adquiriente tiene la obligación de despertar de su letargo y responder en la medida en que ha sido beneficiado, acreedor al don recibido. Y como esta responsabilidad es de todos, a todos nos incumbe por igual evitar que caigamos en la mediocridad. No debemos de ser conformistas, no nos basta mantener y conservar, hay que procurar superarla, enriquecerla, hacerla cada año más hermosa.
Sin extremismos hemos de convenir que allí donde el turismo, sinónimo de visitantes, impone su ley, su circuito más preciado es lo comercial, acude cualquier manifestación popular , por imperativo de esa ley de aglomeraciones tan de uso en nuestra época, su signo más notable es su versátil indiferencia, poco le importa festejo que festividad; al no tener personalidad local sensitiva, su característica más acusada es la “imitación”, por eso contagiado del ambiente tira tiros y cohetes, pero con una diferencia, lo nuestro es autenticidad, lo suyo es “rutina”; lo nuestro es más hondo y verdadero, es festividad, lo suyo es festejo. Por eso gana tanto el festejo en coches y visitantes, pero nos gustaría conocer en qué medida gana la fiesta en fervor popular y religiosidad, que es lo más relevante de su ser.
Todos los visitantes, por poco espíritu observador, contemplan expectantes que subyace un trasfondo que por inverosímil es indescifrable, que no se puede explicar, pero es curioso que ocurre en lo más trivial, de ahí su originalidad, y consecuentemente su admiración por lo desconocido.
¿Qué razonamientos podemos argüir para encontrar explicación al paralelismo o correlación entre el viva al aire y el movimiento del brazo, que lo lanza con frenesí?
¿Qué exegeta, moralista, historiador, y si queréis más, siguiendo las escuelas modernas, qué parapsicólogo o psicoanalista nos lo puede decir, si lo ignoramos nosotros mismos, agentes o sujetos activos de este proceder?
Lo que si es evidente es que el otorgamiento o concesión del título de Interés Turístico a que estamos haciendo referencia, no ha sido gratuito, ha habido quienes a nivel oficial u oficioso, con entrega generosa, han sabido intuir que para que esta fiesta tuviera promoción y proyección externa, había que darla a conocer en invitación oficial, a nivel jerárquico nacional, para que por quien corresponde, fuera incluida en la máquina administrativa y que se tradujera en realidad tangible, en Orden Ministerial o similares, y eso es laborar y cooperar en bien de la fiesta y merece reconocimiento.
Ponía un énfasis especial al principio del pregón, al deciros que el binomio profano-religioso, festejo-festividad, es donde más incoherencia encuentran los que no nos comprenden, ese es el dualismo que ellos no logran descifrar, y como no saben interpretar nuestros sentimientos genera en ocasiones juicios equivocados, que a veces bajo su óptica, son sólo disociación de ideas; otras, como ocurrió el año pasado con Cambio 16, están escritas con acritud y virulencia, faltando a la más rigurosa objetividad y honestidad informativa. Y esto es lo lamentable, que una información deformada y tendenciosa, nos ridiculice a todos: a la fiesta, a su protagonista, al pueblo, y a su primera autoridad, como quedó bien patente en el reportaje de referencia.
Para evitar esa ridiculez y salvar ese escollo que tanto nos compromete, tenemos que suprimir todo aquello que nos infravalora: sobran los a caballo sin sábana, y sobran las botellas a caballo, esa imagen es un desdoro que los medios de difusión se van a ocupar de divulgar.
Así como el año litúrgico, en que ya estamos, tiene un tiempo de adviento, de preparación, de esperanza, de igual forma esta fiesta que hoy celebramos nos predispone a estar expectantes ante un acontecimiento por todos esperado; desde este mismo momento ya todo es organización, preparación sensibilización.
Pero esta fiesta: pregón, actos folclóricos, ofrenda floral, ha sido posible, o al menos ha contribuido en gran parte, el que un grupo mas o menos numeroso de entusiastas nos lanzáramos a constituir lo que hoy es una esplendida realidad. Los Paladines de la Encamisá. Es poco el camino recorrido, ciertamente, pero son muchas las iniciativas y proyectos realizados. Los presidentes se suceden con notoria eficacia en su ejecutoria, las juntas se renuevan, lo que evidencia la madurez y vitalidad alcanzada, en prestigio de todos. Esta participación y este altruismo deben ser de todos, no dejemos que una minoría, la Junta Rectora, marque las directrices de una colectividad tan importante, al margen del interés de la mayoría. Que el ser paladín no consista sólo en pagar una cuota sino contribuir con su participación activa al patrimonio común.
Esta noche a las 12 se inicia el rosario procesional de la Encamisá, que va a continuar sucesivamente hasta el atardecer de mañana; es como lo calificó Pío XII el medio más conveniente y eficaz para obtener la ayuda maternal de la Virgen, y quizás por buscar esa ayuda, sea uno de los actos de más contenido y de más vida interior. El acto de esta noche es penitente, devoto, austero, se enriquece cada año, hay piedad, recogimiento. En la puerta del templo queda un testimonio de penitencia: el calzado de los feligreses que van hace el recorrido procesional descalzos. Es el reconocimiento a un favor recibido, a una gracia concedida, tributo de devoción por haber sido acreedor a ese beneficio, y esperanza de otras peticiones.
La Encamisá es sólo nuestra. La Inmaculada Concepción, la Llena de Gracia es de todos. La inmaculada es la gran fiesta de España, y desde tiempos legendarios de tal modo ilumina el alma nacional que la hacemos Patrona de España. Y España guiada por tan excelsa Capitana ha conseguido tantas victorias desde la Reconquista hasta nuestros el descubrimiento de América que la hacemos Patrona de la Infantería, llevando a todas partes su estandarte victorioso, con la imagen bella y resplandeciente de la Inmaculada, cuando fuimos asombro de Europa e hicimos del Mediterráneo un lago español.
Pero estos títulos valiosos, ciertamente, se los hemos dado nosotros, los hombres. Dios la hizo “consoladora de los afligidos”, “auxilio de los cristianos”, “refugio de los pecadores”, consuelo, refugio y auxilio, títulos de protección, de ayuda, o lo que es lo mismo: seguro, esperanza, donde derramar nuestras lágrimas de dolor, y el lugar donde depositar nuestras desilusiones en el caminar de nuestras vidas.
Pero es que la Virgen Maria consecuente con la excelsa misión de su maternidad, tiene muchos más privilegios: es Concepción Inmaculada, Asunción, Medianera, Corredentora. Aceptó libremente en la Anunciación, Dios no le impuso a Maria su voluntad, le permitió elegir, pudo muy bien haber rehusado a lo que se le proponía, sin embargo prefirió la santificación de su Concepción, realizándose en la Encarnación, por el descenso del Verbo a su seno.
Ejerció su tarea de madre de todas nuestras necesidades, anhelos e inquietudes, y fue el puente que Dios ha tenido entre El y los hombre, por eso para llegar a Cristo, no podemos prescindir de Maria, es, permitidme esta frase, como un “atajo” para llegar con más seguridad y en menos tiempo a Jesús.
Por ser coherente con lo que ahora os estoy diciendo, hay un pensamiento de José Mª Cabodevilla, en su libro Cristo Vivo, que por la filosofía del contenido y por su brevedad y concisión, merece la pena que lo conozcáis, dice: Cristo es hijo de una doble virginidad, es Dios sin madre, y es hombre sin padre. Mejor que decir que Cristo procede de la virginidad de María, habría que decir que la virginidad de Maria procede de Cristo.
Una vida llena de humildad, una limpia trayectoria desde su concepción sin mancha hasta su asunción gloriosa. Dios tuvo la decisión providencial de hacerla su madre por la Encarnación y proclamarla madre de los hombres por su mismo Hijo en la Cruz.
La Virgen Inmaculada es fuente de inspiración, caudal inagotable donde han encontrado la sublimación de su arte, arte que permanece al margen del tiempo, poetas, músicos, pintores, escultores, artistas en general. Su nombre queda vinculado a impresiones artísticas de renombre universal que han quedado inmortalizadas en la historia: El Ave Maria de Schubert y de Gounod, las Inmaculadas de Murillo, Rivera, Velásquez, Zurbarán, Alonso Cano, toda una gama polifacética de poemas, sonetos, odas, leyendas, de autores clásicos y modernos, la imaginería, los templos a su advocación, etc.
Esta es la Virgen Inmaculada que nosotros despedimos la tarde del día 8, su gran día, cuando hace su entrada triunfal en el templo, con la apoteosis de nuestro delirio y nuestro clamor, que más parece celestial que humano.
Que pena nos da que sea tan breve ese instante siendo el tiempo gratuito pero estamos todos, en ese momento, en un arrebato espiritual y el gozo nos inunda el alma y la emoción nos impide hablar y como náufragos quedamos inmersos, flotantes, a merced del oleaje, del fluir de lágrimas y enmudecemos, la fonética nos falla y cantamos la salve a media voz…, pero quedamos absortos, contemplativos, embelesados, mirándote tal cual eres: vestida del sol, calzada de la luna y coronada de doce refulgentes estrellas.
Concluyo con nuestros vivas de rigor:
¡¡Viva la Inmaculada Concepción!!
¡¡Viva María Santísima!!
¡¡Viva la Reina de los Ángeles!!
¡¡Viva la Patrona de Torrejoncillo!!
Manuel Galán Núñez