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Dña. Lorenza Moreno Suárez

 

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Del Libro: Paladines de la Encamisá. XXV años

Comenzaba mi pregón con mucho miedo, consciente de que no era una lección magistral ni un discurso, sabiendo que quien pregona, sólo es una voz que lleva el mensaje de otro. Por eso invoqué a quien me enviaba para que yo fuera fiel en la transmisión. Yo era simplemente un trozo de cable al que se encomendaba la tarea de dejar pasar una poderosa energía. Yo era sólo la voz; María la palabra. Y la dejé actuar.  

¿Qué quería decir Ella a su pueblo en ese momento? Y me vino al corazón una estrofa de las que cantábamos en la novena y en la noche de La Encamisá: Oliva verde, paloma blanca, iris que anuncia paz a las almas. Comprendí que alguien había puesto en labios de nuestros antepasados esa bellísima canción. Me gustaron los tres símbolos que contiene: olivo, paloma, arco iris, por que podían reducirse a uno: Maria viene a nosotros con la paz, que no es un concepto ni una palabra bonita sino una realidad existencial.  

Y me pregunté: ¿Cómo es esa paz?  

La advocación con que la saludamos, me dio la respuesta: Inmaculada Concepción. Vivir, desde el primer instante sin pecado, es poseer, por gracia, la seguridad absoluta de que Dios te quiere. Pase lo que pase y se hunda lo que se hunda. María vivió siempre esa experiencia y la vivió en situaciones límite: madre soltera, emigrante, viuda, pérdida de un hijo, soledad, vejez. Pero eso no la llevó al pecado, a dudar de Dios, a creer que todo ocurría por castigo. Estuvo siempre en paz con Él, confiando en que cada túnel era sólo un tiempo de oscuridad, de noche, que acabaría desembocando en un amanecer de vida.  

Y así como los hijos reciben la herencia de sus padres, así nosotros, los torrejoncillanos, hemos recibido de María una gargantilla de oro, con pendientes y venera, de un valor incalculable. Esa joya contiene un mensaje cifrado. Esa joya es “La Encamisá”, un Acontecimiento-Palabra. El pueblo habla con su Madre. Ella contesta. Para descifrar lo que Ella dice, se necesita encontrar la clave. Y la clave se halla en la Sagrada Escritura.  

Los elementos que configuran nuestra fiesta son los siguientes:  

1º  Un pueblo en vela durante la noche, con los faroles encendidos. 

2º  ... vestido con ropas blancas... 

3º  ... hace un recorrido o peregrinación... 

4º  ... exultando de gozo y cantando alabanzas a la Virgen. 

 

El símbolo de la noche en vela con las lámparas encendidas es muy conocido. Aparece en el Evangelio de las diez muchachas que van a la boda y, mientras se realizan los preparativos, cinco se duermen y cinco están en vela, con el aceite a punto para cuando venga el novio. Con el aceite a punto, con el Espíritu Santo, que testifica a nuestro corazón que Dios le ama. El aceite, el Espíritu, la paz, María... Y la vida iluminada, ardiente, en espera, alerta, distinguiendo lo que hay que conservar, lo que no se puede perder, la herencia que nuestros hijos verdaderamente necesitan.  

Vestido con ropas blancas es la parábola de las bodas a las que acuden como invitados los pobres que no tienen con qué pagar y que son revestidos con trajes de fiesta gratuitamente. También alude a esas ropas blancas San Juan en el Apocalipsis cuando dice que la salvación no viene de nosotros, sino del que está sentado en el trono y del Cordero. Éste nos lava con su sangre, nos perdona y nos recubre de blancura resplandeciente. Somos un pueblo querido por Dios, perdonado, que reluce con el esplendor de la gracia. Por eso, de generación en generación cantamos: Ave María, llena de gracia.  

Pueblo peregrino en la noche. La vida como camino, como tiempo de oscuridad. El pueblo de Dios, el pueblo de María, caminando en la noche, unidos a Ella en ese recorrido nocturno. Juntos en lo esencial, despiertos, caminando con Ella como guía, como Estandarte. La Madre cuidadosa que nos va marcando el camino de la fe, dando ánimos, consolando, abriéndonos hacia la esperanza.   

Pueblo exultante de gozo, en fiesta, en alabanza. La fiesta, la exultación, se manifiesta en salvas de escopeta, en cantos, en vivas. Conviene aludir al componente bélico de la fiesta: pequeño ejército a caballo, disparos... Todo lo que servía para matar se ha cambiado en instrumento de alegría y fiesta. Como profetizó Miqueas: “De las espadas forjarán arados; de las lanzas, podaderas; no alzará la espada pueblo contra pueblo. No  se adiestrarán para la guerra”.  

Judith ha dado muerte a Holoferner, nos ha librado de la guerra, viene con la paz. Ella es la gloria de Jerusalén, la alegría de Israel, el honor de nuestro pueblo. Por eso exultamos de generación en generación y la bendecimos a gritos. Todos somos en esa noche pregoneros, porque llevamos encerradas en nuestro interior las voces de alabanza de nuestros padres y nuestros abuelos. Y esa noche es un grito, expresión de nuestra herencia, de nuestra fe, de nuestra paz.  

¡Dichoso el pueblo que ha recibido esta joya y la conserva viva para sus hijos! 

¡Viva María Santísima!