Dña. María José Vergel Vega
COMO HUMANA PLEGARÍA ...
María Inmaculada, Sr. Presidente de Paladines y Junta Directiva, Sr. Alcalde y Corporación Municipal, Reverendos Sacerdotes, Sra. Mayordoma y Familia, querida Oferente, querida y necesaria familia, amigos y paisanos. Un saludo especial para los pregoneros y pregoneras que me precedieron en tan grata tarea, y que justo hace una semana, me transmitisteis, a través de vuestros testimonios, la fuerza y el ánimo que me hacían falta. Un saludo especial también para aquellos que esta noche nos escuchan desde sus casas, y desde la distancia, a través de los medios de comunicación.
Permitidme, en primer lugar que este pregón hecho plegaria lo dedique a : “Esas estrellas que, incansables, iluminan mi cielo”. “Y a mi marido y mis hijos”.
Tengo por costumbre nombrar las cosas para hacerlas visibles; por esta razón, he puesto por nombre a mi pregón: “Como humana plegaria”.
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quella madrugada, Septiembre no quiso acompañarme con sus notas tristes de tango. Una pareja de novios se deslizaba, un tanto temerosa de pisarse, siguiendo los dulces compases de un Danubio al que Johan Strauss decidió pintar de azul. Aunque , os confieso, que podría ser cualquier otro vals de los muchos que han sido escritos, para complicar las noches de boda.
Quizá esto no tenga la menor importancia, pero me he sentido tan descolocada que, obligaba a mi mente, a revelar todos los negativos.
Porque descolocada, es como me sentía aquella madrugada, en la que las circunstancias hicieron que me encontrara fuera de mi pueblo. Era como si después de toda una vida sumida en un largo y profundo sueño, como el de aquella princesa durmiente, alguien, unas voces a través del teléfono, me hubieran despertado a una realidad que yo no controlaba; y que estaba por ver, el tiempo lo diría, terminara con la fórmula mágica del “Colorín , colorado…y aquello de fueron felices y comieron perdices…o coquillos…
Era como estar perdida en medio de la nada, como el náufrago que en un embate titánico del mar, pierde su balsa y se abandona a esa fuerza que no puede dominar, y no exagero en absoluto.
¿Debía ponerme a bailar el vals que aún seguía sonando?
Seguro que no era buena idea, conociendo mis dotes como bailarina.Tampoco podía pregonar a los vientos toledanos que yo, ¡Madre del Amor Hermoso!, yo era la PREGONERA de mi pueblo, tenía que dar cierta noticia de la Encamisá de mi pueblo, DE MI ENCAMISÁ!!
Pensé, ¡Hay que ver, éstos de la Directiva de Paladines, es que ya no saben ni cómo dar la noticia! ¡Nada, que han tenido que esperar a que yo venga a Toledo, y de boda, para anunciarme la buena nueva!
Haciendo honor a la verdad, tengo que dar las gracias a esta originalidad de la Junta Directiva de Paladines, porque al menos una cosa tenía clara para mi pregón: la introducción sería original, casi como un cuento de hadas, de esos que Biblonio, el Duendecillo que vive en los cuentos, sin que nadie lo vea, deja a mis niños dentro de su cajita roja de duende.
¿Cómo supieron elegir el momento más oportuno para darme la noticia?...Misterios de la vida. Porque en aquellos precisos momentos, había salido al jardín con el móvil en la mano.
He intentado rememorar aquella conversación, pero sólo me llegan incongruencias. Primero fue la voz de mi cuñada, de Paqui:
_La boda, ¿bien?
Yo pensé, qué aburrida tiene que estar esta chica, para llamarme a la 1 de la mañana y preguntarme tal cosa…
_ La boda perfectamente, le respondí…
_ Bueno, que te paso con el Presidente de Paladines…
Ahí ya perdí la voz, e incluso sufriría de sordera transitoria, porque sólo recuerdo palabras sueltas: pregonera…Encamisá… y varias ¿Estás sola?
Pero…¿Sola para qué? La verdad es que no recuerdo lo que respondí, aunque debió de ser que sí,. que aceptaba aquello que parecían estar proponiéndome…y lo corrobora el hecho de que yo esté aquí esta noche, intentando ser una pregonera decente, e hilar un pregón que tenga, al menos, una cierta coherencia.
Y sí, estaba sola, con el móvil en la mano, en lo alto de las escaleras que conducían al jardín. En una postura que, más que a la Cenicienta, recordaba a Escarlatta O,Hara, con un puñado de Tara en la mano y poniendo a Dios por testigo, a María, en este caso…
No hice ni lo de la una ni lo de la otra, sólo me senté en las escaleras buscando un poco de sosiego para el corazón, que latía como caballo desbocado…y pensar, primero, qué explicación daba a aquellos que compartían conmigo aquel hermoso día de boda, de modo que, la nariz sólo me creciera un poquito ante la mentirijilla que había de contar.
Los arces movían acompasados sus hojas, y de vez en cuando oía lejanas las notas del vals que aprovechaban para escaparse cuando alguien abría la puerta del salón.
Ahora ya lo sabéis, mi anuncio como pregonera tiene música de vals.
Acurrucada en las escaleras, elevé mi cabeza hacia el cielo, buscando respuesta a tanto por qué, que andaba incomodando mi cabeza, a tanto cómo se les había ocurrido poner sus ojos en mí…algo me tranquilizó entrever alguna de esas estrellas que hace ya tiempo que me guardan y con un guiño me tienden su reflejo para mi sosiego.
Entonces, me llegaron las palabras de San Pablo a los Corintios que David, el padre del novio, había leído emocionado para sus hijos.
Divinas palabras, que plantaron paz en mi corazón. María perdonaría mis miedos, mis dudas, este “vivo sin vivir en mí” que decía la Madre Teresa, en el que, sin previo aviso, una simple llamada de móvil, eso sí, con nocturnidad y algo de alevosía, me había instalado.
Confieso que, aún hoy, esta misma noche, sigo viviendo sin vivir en mí…
Perdonad mis dudas, siempre he dudado mucho y lo sigo haciendo: Dudo, luego existo y soy humana.
Siempre me he sentido atraída por aquellos que dudaban, por los atribulados de la historia, por eso vinieron en mi ayuda San Pablo y la Santa de Ávila.
El viento movía las palabras del profeta de Tarso entre las hojas de los arces: “El amor todo lo disculpa, todo lo crea, todo lo espera, todo lo soporta”
María, que tanto amor fue capaz de albergar, me perdonaría esas dudas que se inflamaban por momentos y que siguieron creciendo conforme pasaban los días.
Nunca el amor deja de ser; y si el corazón era capaz de latirme con aquella urgencia, por algo sería.
Y por mucho que me tentara el Diablo, o quien diantres fuera, tendría que superar aquellas tentaciones como torrejoncillana que siempre ha estado orgullosa y enamorada de su pueblo.
Pese a todo, una busca refugio entre los suyos, los que están y los que no, para acallar las dudas y los miedos y para encontrar el camino; y tened una cosa por segura, queridos paisanos que esta noche habéis tenido a bien acompañarme; nunca comprendí mejor que esa noche , lo que era pasar “una noche toledana”. Salvando las distancias, por supuesto, pues aquellos pobres toledanos lo pasaron bastante peor que yo, ante la espada de Al-Hakam I; pues dicen que, aquella noche, disipada ya en el tiempo de las leyendas, muchos toledanos perdieron la cabeza, literalmente.
Ya os podéis imaginar que en este tiempo he pasado alguna que otra noche toledana más; no sólo haciéndome a la idea de ser la pregonera, sino qué habría de pregonar, pues en eso y no en otra cosa, consiste tan remoto oficio.
Todos me conocéis, no soy Teóloga, ni Historiadora, ni una Filóloga de renombre. Nunca he aspirado a grandes cosas en la vida, pero sí a hacer importantes las pequeñas , y desde el sitio que me ha tocado ocupar en cada momento, he procurado merecer aquellos cachitos de felicidad que la vida ha tenido a bien regalarme. A lo largo de los años he ido aprendiendo que la vida hay que vivirla desde el sentimiento y quiero, utilizando como cauce las cosas que hago día a día, cosas sencillas: atender mi familia y mi casa, contar cuentos a mis niños, poner la vida en lo que escribo, subirme a un escenario y vivir la vida de otros, llevar mi voz del Cerro a la Vega algún que otro sábado, pregonaros esta noche clara noticia de nuestra “Encamisá” y lo voy a hacer…rindiendo culto al entusiasmo y reivindicando éste como forma de vida válida, única forma diría yo, en estos tiempos convulsos y deshumanizados en los que vivimos.
Dicen que no se lleva eso de rezar , que ese verbo no va con estos tiempos. No me importa ir contracorriente, por eso os anuncio que mi deseo esta noche, que preludia esa otra noche mágica, la de “La Encamisá”, es ofrecer a María Inmaculada, a nuestra “Pura”, un pregón hecho plegaria, un rezo a la humana usanza. Y reivindicar que se puede orar incluso en estos tiempos, sobre todo, en estos tiempos difíciles.
Dice la Etimología que ENTUSIASMO es vocablo griego, que significa “Tener un dios dentro de sí”; por eso me siento afortunada, de poder transmitir, desde el humilde lugar que ocupo en el mundo, ese entusiasmo, y para ello , María, pido siempre tus ojos y tus manos, para no perderme en el camino.
Por eso, esta noche tan especial para mí, y espero que también para vosotros, esta pregonera que os habéis echado, que duda y se entusiasma a partes iguales, quiere haceros partícipes, de las cosas que el corazón le alberga y que con su sístole y su diástole- yo tengo un corazón muy normalito- ha ido dictando a mis manos, convirtiéndolas en plegaria. Por eso, pido perdón, por si esta noche no escucháis de mi boca un pregón al uso, pues yo no sé sino plasmar en el papel lo que el corazón encomienda a mis manos.
La oración que traigo esta noche viene de lejos. Estaba, sin yo saberlo, en el cuenco de unas manos fuertes, una noche lejana en la que la lluvia no cesó de sonar en mis oídos. Aquella noche sentí que debía darle calor y forma.
Alguien, con unos ojos profundos, vino después en mi ayuda y me aconsejó que no tuviera miedo en desnudar mi alma; y eso es lo que voy a hacer esta noche, ante María, si vosotros me lo permitís.
Quisiera que mi pregón fuera una oración elevada a María de Nazaret, humana plegaria hecha a partir de cosas sencillas, como las palabras que te nombran, Madre, las que a diario utilizo para decirte. Quiero esta noche, reivindicar la necesidad de rezar con palabras que broten directamente del corazón de cada uno, porque yo no sé hacerlo de otra forma.
Nombrar lo que nos rodea para que exista. Nombrar las cosas para que se hagan carne y, liberadas de ropajes inútiles, puedan decirlas nuestros labios humanos.
Necesito nombrar las cosas, las personas, los lugares…Necesito nombrarte, María, para saber que te haces visible al tiempo que te llamo. Nunca me gustaron los nombres que, inflamados de ese halo de divinidad excesiva te alejan hacia lugares que se me escapan.
Te nombran Santa, Virgen, Madre de Dios…yo prefiero nombrarte María de Nazaret…para que al nombrarte así, acudas a mí, sencilla, mujer…madre…
Y cuando así te nombro…hay ropa tendida que extiende alas; es tan blanca que he de cerrar los ojos…Una mujer morena, siempre te imaginé así, camina hacia su casa excavada en la piedra, con un cesto de mimbre bajo el brazo…sonríe bajo las verdes colinas de Nazaret…su risa como el agua danzarina de los arroyos que riegan , generosos, las huertas.
Te nombro, María, y entras en la casa oscura… donde no se apaga tu sonrisa…Quizá recuerdas el momento en que el Ángel te anunció que ibas a ser la Madre del Salvador del mundo… qué peso tan terrible y tan hermoso, la intimidad lóbrega de unas lámparas de aceite dibujan la sorpresa en tu rostro dulce…las manos, mariposas de luz, sobre el vientre que esconde ya la promesa gozosa del Hijo.
María de Nazaret, Rosa en el Jardín de Galilea, una mujer palestina más, entre esos 150 habitantes que tendría por aquel entonces Nazaret, “pueblo elegido por Dios”.
Y te imagino mientras te nombro, una mujer palestina más como las muchas que hoy, paradójicamente, siguen luchando por ofrecer un mundo mejor a sus hijos, un pedazo de tierra en la que vivir, mientras Occidente mira, miramos para otro lado.
María de Nazaret, tu nombre sabe de exilios, tú fuiste de un sitio para otro para proteger a tu Hijo, para mantener a salvo el mensaje de amor y redención que tu Hijo nos traía como regalo, incluso a los más descreídos.
Te nombro, María de Nazaret, y eres la mujer hecha fuerza, digno ejemplo para las que tal condición tenemos:
“Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron”, piropo hermoso que escucha el Hijo entre la multitud; pero que, empeñado en que su Madre, sea algo más que la “Elegida” por Dios para hacernos el regalo del Salvador, respondió:
“¡Mejor: Dichosos los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen!”
Bendita corrección, que no se queda en lo superficial, que nos acerca a María, “La muy favorecida”, “La llena de gracia”, “La bendita entre las mujeres”…la que se turba ante el anuncio del Arcángel, a nuestro plano de mortales, recobrando su dignidad como mujer; quedando claro que fue ella la que, libremente, aceptó su responsabilidad, seguramente después de dudar mucho. Es la fe y su dignidad como mujer la que la hace confiar y permitir que se haga carne en ella la Palabra de Dios.
Te nombro, María de Nazaret, y me sale agradecerte que me hayas enseñado a meditar las cosas en el corazón, que es donde hay que meditar las cosas, porque el exceso de cálculo, hace que el cerebro se equivoque…por eso te pintan con las manos cruzadas sobre el pecho.
No quiero para ti, Madre María, nombres grandilocuentes, de esos que se escapan a mis humanos alcances. Esos nombres te me llevan lejos y me hacen sentir cohibida; por eso, perdonad que no la llame Reina ni Virgen, porque me dan pudor esos rangos, te me alejan, Madre, hacia esos lugares para los que siento que no tengo pasaporte.
Te nombro María, Amable, como cualquier madre que se deshace en amor y atenciones hacia sus hijos, los tesoros más grandes a los que podemos aspirar las madres.
Cuando así te nombro, bajas de divinos pedestales, y te pones a mi altura; y caminas junto a los que luchan cada día por salir adelante; al lado de los que cada día dan gracias al cielo, porque también para ellos y pese a todo: a la terrible vergüenza del hambre, de las guerras, de la injusticia, de la intolerancia, del olvido, de los exilios, y de las múltiples sinrazones de este mundo al que llaman globalizado…aún sigue amaneciendo cada día.
Por eso, porque te siento sencilla, María humilde, he inventado también la forma de rezarte.
Lo hago, Madre, mientras escucho el canto matutino de los pájaros, te rezo mientras huele a pan recién hecho, a comercio antiguo, a viejos oficios, a cuentos en las plazuelas… en este pueblo, tan mío y tan vuestro, que se ha ido haciendo en mis zapatos…y, entonces, me siento en el banco de la melancolía y me da por reinventar este lugar en el que vivo, me da por reinventarte, Madre.
Invento mi oración con la lluvia cuando se convierte en estación de reencuentro y hace que nuestra alma, desnuda, se reconozca en otras almas.
Te rezo, Madre, sin decir nada, porque a veces, así también te nombro, porque hay veces que no encuentro palabras para llenar la página en blanco que el silencio pone ante mis ojos.
Es entonces cuando te nombro, María del Silencio.
Y por eso, en esa noche mágica del 7 de Diciembre, yo regreso a la casa de mi alma, donde me reconozco uno más entre los demás, uno más entre vosotros. Uno más que come, que respira, que trabaja, que descansa, que ama, que se emociona, al que le duele vivir en ocasiones, pero que a pesar de todo, le sale dar gracias a la vida, sobre todo esa noche, porque nos da tanto, quizá sin merecerlo.
Te necesito, María del Silencio, para habitarme y habitar el mundo.
Por eso, Madre, mi oración tiene que ver con la semilla de la que brota la sencillez, de ella nace y a ella tiende, para hablar contigo no me hace falta otra cosa.
Mi oración está en el germen de la calma con la que se suceden los ocasos que ,sin prisas, recalan en el regazo silencioso de la noche.
Orar para instalarnos en el alma que reposa, porque sólo en el reposo se ha de encontrar la paz verdadera. Rezar para no confundir lo urgente con lo importante, para pasar por este mundo quizá con alguna pena, pero con la gloria de haber dejado vestigios de amor, eternas caricias que beben de la fuente de la lentitud, en cada uno de los seres y las cosas que nos rodean.
Y es entonces cuando te nombro… María de la Calma…
Mi oración nace de la paz campesina de mi pueblo, de sus luces y sus sombras. Mi oración, guarda una letanía escrita con el zumbido de los escarabajos en la higuera grande del abuelo, cuyo recuerdo me llena de amor el alma.
Mi oración se ha ido haciendo en los lugares en los que te encuentro, y las formas bajo las que te percibo.
Posiblemente mi oración comenzara a gestarse, antes de recalar en el cuenco de aquellas manos, en una casa de la Calle San Antonio en la que vine al mundo…y esté a salvo por siempre en el costurero de la abuela, entre las páginas gastadas de un devocionario que guardaba el canto de los “Pajaritos “ del santo de Padua …en la voz de aquella niña que, incesantemente pedía, a su abuela que una y otra vez volviera a cantarla.
¡Ay, las urgencias de los niños, y las paciencias infinitas de las madres y las abuelas torrejoncillanas, que han ido haciendo grande y entrañable la fiesta!
María, mi oración entre las manos de mi madre, manos blancas que olían a pan por las mañanas, preparando el almuerzo del esposo, mi padre, que salía con el cantar en los labios a trabajar la tierra con aquel caballo sordo, de resultas de más de una Encamisá.
Por eso, si miro hacia atrás, mi oración surge de aquel paraíso de mi infancia, de aquellos días lentos y azules, en los que las manzanas poseían el don de detener el tiempo, y en el que en la morera del patio, anidaba el sueño amarillo de la oropéndola ; mi oración es para María Niña, aquella imagen grabada en la medalla de mi Primera Comunión y el encargo de la abuela: que fuera buena como ella, sólo eso…y mi humilde plegaria se detiene en una mano invisible que dibuja en el aire una promesa con los colores del arcoíris…
MI oración, está en el camino helado, que cada mañana emprendíamos hacia aquella escuela en el campo…una niña coge de la mano a su hermano, la cartera a la espalda y, en la mano que le queda libre, la cestita de mimbre con el almuerzo… mi oración quedó prendida de la sonrisa imborrable de aquellas maestras que nos acompañaron en los primeros años, y en los charcos helados en los que quedaron encerrados tantos sueños. En el agua estancada de esos charcos también está escrito tu nombre, en los garabatos dibujados en el barro.
Y es entonces cuando te nombro…María, Señora de la Lluvia…
Y allí te encontrábamos cada mañana, al ladito mismo de la escuela, en la Iglesia pequeñita, en cuyo campanario, gracias al cielo limpio que aún conserva la Dauseda de mis versos, siguen haciendo el gazpacho las cigüeñas… La vida era entonces como una fiesta, como un mes de Abril eterno y gozoso, o como una víspera de Encamisá.
Y entonces te nombro…María de las Manos Juntas…
Y vuelvo a ofrecerte un ramo humilde de campanitas amarillas, y acudo a ti con las rodillas raspadas y la falda de cuadros, que me había costado un berrinche, hecha una pena.
…María de las Manos Juntas, así te llamábamos. Utilizo el imperfecto, porque hace tiempo que no podemos visitarte. Por algún capricho de los hombres, también a las vírgenes se las traslada de altares, como si fueran “okupas”, sin dar demasiadas explicaciones.
En estos meses en los que he buscado el silencio, para que no fuera vano y carente de sentido el mensaje que esta pregonera temía y ansiaba haceros llegar; me hubiera gustado recalar algún ratito en aquella iglesia y volver a contemplarte…y decir tu nombre…María de las Manos Juntas, porque lo digo, y es como si todo el mar se serenara en la playa de mi boca. Otra vez tu nombre hecho calma, reposo del náufrago…
Y entonces te nombro…María, la que me salva de los naufragios…
Mi oración es inquieta y a veces le da por caminar por las calles de mi pueblo, y la llevo en mis zapatos mientras ando la Encamisá con la abuela …el velo negro sobre la cara, desgranando las cuentas de un rosario con sus dedos retorcidos…de vez en cuando, esa niña, cuando no encuentra otra cosa que la distraiga, contesta a sus rezos.
Éste, el de andar la Encamisá siempre me pareció uno de los momentos más íntimos y que más me aporta de las fiestas.
Mi oración también la escriben las mujeres torrejoncillanas, aquellas mujeres de otro tiempo, con el cántaro al cuadril, o haciendo equilibrios imposibles en la cabeza encima de la “ruilla”, y en las manos curtidas de los artesanos que guardan el ser profundo y verdadero de mi pueblo, y en las manos encallecidas de los campesinos que saben sacar con amor los frutos de una tierra generosa.
En las mujeres que bordan, aún hoy, tu imagen, María, en la sábana blanca que cubrirá a los que , esa noche mágica e íntima, lleven tu estandarte para cumplir, por fin, esa promesa que tanto tiempo llevan guardada en el corazón…y entre los pliegos precisos, trazados por manos diestras, de ese pañuelo del gajo que adornará a Guadalupe cuando mañana te ofrezca esas palabras, que, como mariposas inquietas, ansían ya desprenderse de su alma.
A estas alturas de mi vida, María, he comprendido que esos lugares tienen mucho de sagrados, altares que han ido dignificando mi vida y en ellos, quizá a veces no he sabido verlo, estás tú María; como está, no os quepa duda, en estas palabras que Ella me ha ido inspirando, y que me despertaban en mitad de la noche y medio dormida, medio despierta, iba apuntando en el cuaderno que una se lleva a la mesilla…por si las musas, esas caprichosas que diría Benedetti, o por si la lluvia fecundara las palabras.
Mi oración crepita en las hogueras de las plazuelas, esas que, cada 7 de Diciembre, ponen íntima la noche, el fuego que purifica, que pone calor en el alma, que la hace acogedora… y que me muestra la foto en sepia de unas manos chiquitas, en las que se consumen las Jachas de la ilusión.
La siento en las esferas de los relojes, en las horas que no pasan, en el último largo segundo antes de dar las 10, en esa décima de segundo que resta para que se dispare el corazón, para que yo no encuentre la llave que abre el baúl de mis palabras, para hacerme un ovillo en la madeja del silencio…
Estás María, y mi oración contigo, en la marcha lenta de los jinetes, encamisaos, farol en mano y con tu nombre en los labios, que suben la cuesta de Don Lorenzo Díaz, la que conduce a la casa de mis padres…donde siguen anclados los recuerdos, como si no hubiera pasado el tiempo: mi madre apoyada en el balcón, en silencio, con las lágrimas regándole el corazón, ella tampoco encontraba las palabras…la abuela diciendo piropos al estandarte…mi padre convidando a vino y coquillos a aquellos que nunca fueron forasteros en su casa, porque esa noche nadie es forastero… mis hermanos, que siempre fueron más valientes que yo…y escondida en el fondo de su cuarto, una niña, con las manitas apretadas con fuerza contra los oídos para no escuchar el estruendo de las escopetas.
Y después… siempre venía la calma. Esa niña, armándose de valor, salía al balcón, aún asustada, para ver cómo se iba alejando el cortejo de jinetes y caballos…todo tan blanco, tan de ensueño…tan de princesas y caballeros…y se emocionaba y le corrían lagrimitas mejilla abajo, cuando cada vez más lejos escuchaba el repicar de los cascos de los caballos en el asfalto, el estruendo sordo de las escopetas, los vivas que nunca cesaban y que iban y venían por el aire… aquella niña, sin decir palabra, se retiraba de nuevo a su cuarto para poder llorar a gusto y no tener que dar explicaciones.
Ya ves, María, creo que es la primera vez que desnudo mi alma de esta manera, y si he de seros sincera, no siento pudor alguno, porque no ha de darnos vergüenza dejar hablar al corazón, a nuestras manos, a nuestras lágrimas, a hablar, incluso, desde la página en blanco del silencio…
Esta oración, quiere ser también una invitación para que estos días que se aproximan, cada uno de vosotros, si lo tenéis a bien y así os lo hiciera saber vuestra alma, reinvente la forma de rezar, de hacer llegar al nombre con el que cada uno llame a MARÍA, aquello tan verdadero que duerme a orillas de su alma.
Quiero que mi oración se lleve este tiempo de naufragios y que haga crecer en nosotros la fruta del entusiasmo, dulce ambrosía que nos abrigue del desaliento.
Por eso os he traído esta noche un mensaje de esperanza para un tiempo aciago: Que nos guíe el entusiasmo que desborda de los ojos de María, que no nos resignemos nunca a no seguir luchando por hacer un mundo más humano y más justo, porque este lugar que Dios creó con sus manos de alfarero lo hemos ido convirtiendo, sin darnos cuenta tal vez, en una casa que nos es ajena.
En mi oración tienen lugar privilegiado unas palabras del mítico Arturo de Camelot, que se me quedaron grabadas a fuego en el alma soñadora de la niña que fui, a la que le gustaban, ya sabéis, las historias de caballeros y princesas:
“Sirviendo a los demás, nos hacemos libres y dignos ante nuestros semejantes”,
palabras que también encontraréis si os dejáis mirar y os reconocéis en los ojos de María de Nazaret.
Lentifiquemos y vivamos estos días de Encamisá con el corazón acelerado, pero sin prisas, saboreando cada momento, cada gesto, para que nuestra alma que siempre tiene una alacena dispuesta, los coloque en su repisa para nuestro deleite y el de aquellos amigos, vasos sagrados, en los que si lo necesitamos, podamos vaciar las cosas del vivir.
Dejaré mi oración, una Encamisá más, guardada en alguno de esos anaqueles del alma, para acudir a ella cuando me pueda el desaliento; cuando me dé por preguntarme, mordiendo la rabia y la desesperanza:
¿A qué puertas he de llamar cuando me siento extraña?
¿A qué puertas he de llamar si me abandona el entusiasmo?
En ese anaquel de mi alma está tu nombre, las formas y los lugares bajo los que te reconozco.
María, la que me trae la lluvia y fecunda las palabras; esa misma lluvia que puebla de jachas las dehesas.
María, la que me trae el fuego, ese mismo fuego que va encendiendo esos vivas que os brotan de la fuente inagotable de vuestras gargantas.
María, la que me envía la noche para prender mi oración en la sábana blanca que cubre a los jinetes que cabalgan en pos del estandarte.
María, la que me manda esa niebla densa que exhalan las bocas de las escopetas, porque todas las cosas la nombran estos días.
María, la que me ofrece la serenidad a través de la danza de manos que la celebran, de los labios que acompasan palabras de amor al vaivén de las manos…y yo me dejo mecer por esa danza tan sutil y voy recalando en el regazo del silencio donde pretendo inventar palabras, que sé que nunca saldrán de mi boca.
María, la que me ha enseñado a llamar a la puerta de mi corazón cuando la extraño, cuando la vida se me pone ajena. El corazón es un buen lugar, un hueco que como dice un buen amigo nunca termina de llenarse, un hueco seguro para atesorar todo lo que estos días te nombra, incluso sin decirte.
María, el corazón es ese territorio en el que se hace fuerte tu nombre, todos tus nombres, el corazón es el cielo donde guardo esa noche azul, porque la noche del 7 de Diciembre es azul, repleta de estrellas, de lágrimas, de sonrisas, de AMOR con mayúsculas, de añoranza de manos que ya no están y que también te decían a su manera, porque el corazón es capaz de llegar esa noche, sólo esa noche del 7 de Diciembre, a lugares que el resto de noches nos están velados.
Dejé que fuera mi corazón quien os hablara esta noche, es él quien ha escrito esta oración que os invita a vivir la vida desde el entusiasmo, desde el recogimiento; a creer en los demás para creer en nosotros mismos, a acrecentar el amor por nuestra fiesta e irla prolongando en el tiempo, ilusionados y conscientes de estar haciendo lo correcto, a vivirla desde este territorio seguro y que tanto sabe del AMOR. De este lugar que no se avergüenza de lo que dicta en cada momento. Ese lugar que nos hace no olvidar nunca que para amarnos a nosotros mismos y aceptarnos como somos, hay que amar y aceptar antes a los demás, por muy difícil que esto sea.
Gracias, María de Nazaret, por haberme permitido compartir estos momentos especiales contigo, con mi familia , con la gente de mi pueblo y con aquellos que viniendo de otros lugares, no se sienten forasteros.
Perdóname, Madre; perdonadme, si este pregón hecho plegaria que me ha dictado el corazón, no ha sido todo lo ortodoxo que la ocasión requería, si el seguir la senda por donde el corazón me ha llevado me hubiera alejado de pregones al uso, si es que existen los pregones al uso.
Yo no entiendo de teologías, de dogmas grandilocuentes, de teorías que exploran en el origen de nuestra fiesta y que ya, otros pregoneros y pregoneras, explicaron magistralmente antes que yo.
A mí me gusta más bucear en la intrahistoria; quizá por eso el corazón no me ha dejado hacer otra cosa, no ha querido que pierda de vista aquellas palabras de San Pablo prendidas una madrugada de Septiembre, en las hojas de los arces y que para siempre tendrán ya música de vals.
Y, por eso, no he podido hacer otra cosa que escribir una oración para nombrarte y hacerte visible. Una oración que me despertaba a esas horas íntimas y solitarias de la madrugada, en las que el barco quieto de la nostalgia, tiene por costumbre agitar su bandera blanca.
Una oración sencilla, que sirva de ungüento para curar los desconchones que todos tenemos en el alma.
Una oración escrita en ese diario de los secretos que dice Laura, mi sobrina, que es donde hay que escribir estas cosas. Para ese diario hay un anaquel dispuesto en mi alma. Si necesitáis de mi oración, id allí a buscarla. NO tenéis más que abrir el diario, no tiene llave; sólo tiene por custodio una flor disecada que guardé para María cuando comencé a escribirla.
MI oración se recoge, los que me conocéis lo sabéis, en la madeja apretada del silencio, ciertas palabras, esas que vosotros sabéis decir tan bien, a mí se me pierden en no sé qué arca remota, y esta sí que tiene llave y yo no la encuentro. Por eso, quisiera que esta noche, tan especial para mí, en la que me habéis permitido haceros partícipes de esta plegaria de andar por casa que se le ha ocurrido a mi corazón y que me encargaron unas manos muy especiales, aquí, delante de María Inmaculada, de nuestra Pura…dejadme que os pida que seáis vosotros los que escribáis el final de mi oración, pues abierta la dejé para que seáis vosotros, mis paisanos, los que digáis a María esas palabras de amor que tan sinceramente os brotan del corazón porque os digo que el mío no las encuentra…
Para estar completa, esta oración humilde que os he traído esta noche, en la que he vertido mi corazón, necesita de vuestra voz y de vuestras manos.