Dn. Francisco Javier Caballero Gómez
Buenas noches:
La mayor parte de los acontecimientos importantes que nos suceden en la vida no los elegimos nosotros, nos vienen dados, y, tanto si son buenos como malos, lo mejor es aceptarlos con resignación, ánimo y alegría. Os digo esto, porque la pasada noche del 14 de septiembre, la Directiva de los Paladines de la Encamisá me propuso ser el Pregonero de nuestra fiesta cuando apenas había tenido tiempo para situarme y serenar mi cabeza, recién llegado de viaje.
Pasados los primeros minutos de sorpresa y desconcierto, que acompañan a quien va a contraer semejante responsabilidad, acepté gustoso este honor, que rara vez alcanza un torrejoncillano. Momentos después, esa misma Directiva conocía las penosas circunstancias por las que me hallaba en Torrejoncillo, que no eran otras que la grave enfermedad que padecía mi padre. Tan sólo unos días más tarde fallecía y tantos años juntos se interrumpían bruscamente. ¿Cómo no iba a unir aquellos dos importantes hechos de una manera u otra? ¿Qué decidí yo en los dos casos?: Poco o nada. Sólo puedo pensar que la mano de la Providencia quería que cumpliera su voluntad; que Dios quiso probar así el temple de mi alma mientras me debatía entre la felicidad y la desgracia. Como torrejoncillano, sólo cabía por mi parte invocar a María Inmaculada, para que me auxiliase en aquella difícil situación personal y en el buen fin de esta delicada empresa.
Entonces recordé las palabras de José María Gabriel Galán al acabar su poesía, “El Ama”:“¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea!”. Y las hice mías y comencé a trabajar y a preparar este pregón, que es vuestro pregón. Eso sí, permitidme esta noche que se lo dedique a la memoria de mi inolvidable padre: Rodolfo Caballero Corchado, “Fito”
Como pregonero, tengo encomendada la tarea de dar a conocer una cosa que conviene que todos sepan, y hacerlo en voz alta y en lugar público, además de invitaros a participar en nuestra entrañable fiesta. Así que voy a centrarme en la primera de esas tareas que tengo que cumplir esta noche, “eso que conviene que todos sepan”; que no es otra que destacar la pureza con que se vive el Misterio del Dogma de la Inmaculada Concepción en Torrejoncillo.
Pero pronto nos asalta la pregunta: ¿Qué es un Dogma? “Es una verdad revelada por Dios, es una semilla que el mismo Cristo ha sembrado en el campo fecundo de su Iglesia, semilla que germina, crece y se desarrolla cuando las circunstancias lo favorecen” No olvidéis esto último. Y es que no todo lo que Jesucristo hizo o dijo quedó escrito. Recordad las palabras de Jesús: “Cuando yo me vaya, Él –el Espíritu Santo- os guiará y os enseñará toda verdad, recordándoos cuanto os dije” Y a ciencia cierta que así lo hizo el Espíritu Santo en nuestra tierra, como más adelante vamos a comprobar.
El origen del culto a la Inmaculada Concepción nació seguramente de forma espontánea, como fruto de la creencia en el misterio y de la gran devoción del pueblo español para con la Virgen Santísima. “El hecho de su maternidad divina, de su intacta virginidad y de la antigua costumbre de su dormición y ascensión al cielo conferían ya a María una excepcionalidad que debía manifestarse en su propia concepción” De hecho, el pueblo llano acabó celebrando las fiestas marianas por excelencia: la Concepción y la Asunción: “principio y fin de la trayectoria vital de la Virgen María y momentos ambos en que se manifiesta en ella de forma especial la predilección divina”
Resulta llamativo, por la lejanía en el tiempo, que desde 1310 se viniese celebrando laConcepción de la Santísima Virgen María en nuestra tierra, sí aquí en Torrejoncillo; ya que así se instituyó en el Concilio provincial Compostelano celebrado en Salamanca. Toda la Provincia eclesiástica celebraría la solemne fiesta de la Concepción de la bienaventurada y gloriosa Virgen el 8 de diciembre en todas las iglesias y no sólo en las catedrales.
Preciso es recordar que dicha Provincia compostelana abarcaba la diócesis de Coria; con lo cual nuestro pueblo quedaba dentro de esas iglesias que celebraban ya esta dichosa festividad en aquellos lejanos tiempos. Dicho lo anterior, es de justicia subrayar que de esta manera nos adelantábamos en más de cien años a la fecha de 1476, que es cuando el Papa Sixto IV instituye la fiesta de la Concepción de María para toda la Iglesia Universal, aunque no con carácter obligatorio.
Como podéis comprobar nuestros antepasados celebraban, barruntaban y sabían que María fue concebida sin “mancha”, y que llegó al mundo llena ya de toda gracia, “toda bella”. Todos sabían que Ella era la hija predilecta de Dios, “La Pura”. “Virgen inocente, sin mancha, santa de alma y cuerpo, nacida como lirio entre espinas”, estas bellas palabras de Teodoro de Ancira resumen perfectamente el don divino recibido por la Virgen Inmaculada, la que iba a dar su sangre preciosa y pura a Jesucristo.
Y ningún bien nacido consentía que nadie osara decir lo contrario en España, como así sucedió con las polémicas habidas entre los detractores o maculistas y los inmaculistas antes y durante el Siglo de Oro. Las palabras de Fray Pedro de Mendoza en 1615, resumen el sentir de los defensores de la Inmaculada en aquel entonces: “cómo estrechar los corazones de los que nacimos en España, y nos criamos a los pechos de esta devoción”
En aquellos tiempos, resultaba imposible contener el tesón y la euforia con que se defendió este Misterio por las calles y pueblos de nuestra nación. Son innumerables los ejemplos de este fervor; citemos sólo algunos, para comprobar con ellos cómo Torrejoncillo sigue manteniéndolos con singular ilusión e integridad: En 1661, en el vecino pueblo de Hoyos se festejaba que el objeto de la fiesta del 8 de diciembre era inequívocamente la Concepción y no la Santificación de María Inmaculada; pero lo que interesa del caso, para nuestro pueblo, es cómo lo hicieron, por su increíble similitud con nuestra fiesta actual, a pesar de los casi 350 años transcurridos. Paso a leeros: “Concurriendo todo el pueblo a los primeros festejos cada uno procuraba corresponder al repique de campanas con aclamaciones, luminarias, y con cualquier señal de alegría que le dictaba el ímpetu gozoso. Algunos ayudaron al estruendo alegre disparando escopetas”. No deja de sorprender y admirar que los torrejoncillanos sigamos encendiendo “horitañas”, quemando “hachas”, y disparando salvas de escopeta cada 7 de diciembre para honrar a nuestra Pura, cuando los demás han perdido lamentablemente tan bella tradición.
Otro precioso caso es el de la procesión habida en París en 1617 para celebrar la opinión del Papa Paulo V, que prohibía que nadie se atreviera a afirmar que la Bienaventurada Virgen fue concebida en pecado original. El Embajador español comunicó dicha noticia a la ciudad y ésta lo celebró de la siguiente manera: “llevaban un estandarte de damasco blanco, en él una imagen de la Limpia Concepción. En esta forma dieron un paseo por las calles más principales de esta ciudad, a la cual fiesta acompañaron con la suya las campanas con su dulce armonía, y el estruendo de los tiros,…, En la misma noche a las nueve salió una máscara, que hicieron de repente los caballeros de esta ciudad, con hachas en las manos,…, hasta cerca de las doce” De nuevo, son muchos los elementos familiares que aparecen en estas espontáneas manifestaciones de alegría mariana: el Estandarte con la imagen de María Inmaculada, las campanas, los tiros y la procesión nocturna de los jinetes ensabanados. El asombro se abre paso en nuestra opinión, porque cualquiera puede ver la casi exacta semejanza entre unos hechos acaecidos hace ya casi 400 años y los que vivimos cada noche del 7 de diciembre en Torrejoncillo.
Como ya hemos podido confirmar, somos, pues, un pueblo amante de nuestras tradiciones, las hemos sabido guardar como nadie; por eso, somos la envidia sana de la comarca entera, de Extremadura y de España cuando llega la Encamisá; porque seguimos gloriando a la Reina de los Ángeles como sólo Ella se merece. La semilla de la devoción a la Inmaculada Concepción echó profundas y robustas raíces en todos los pueblos y ciudades de España, pero en Torrejoncillo, a lo que se ve, fueron las más hondas y recias. El Espíritu Santo nos ha guiado bien para conocer esta verdad revelada por Dios: la Inmaculada Concepción de la Virgen Santísima.
Hoy todavía guardamos el mismo fervor. Quién de nosotros no se acuerda de La Pura para suplicar su ayuda e intercesión: para con los mayores que viven solos; para que reciba en su Puerto de Paz Eterna a los que se han ido en ese irremediable último viaje; para dulcificar a los que sufren enfermedad y tribulación; para que regresen felizmente a casa los que emprenden viaje, o para que premie con su bienaventuranza a los que dan sus primeros pasos en la vida.
Todos los torrejoncillanos llevamos en lo más hondo de nuestra alma a la Inmaculada y la invocamos como la estrella que nos guía. Pobres y ricos, sanos y enfermos, los que lloran y los que ríen imploramos su ayuda y socorro alguna vez, tanto en las ocasiones más cotidianas como en los sucesos más destacados de la vida. Sabemos que Ella siempre corresponde. Recordad las palabras de San Pío V, el Papa de Lepanto: “Si tu haces algo por la Virgen María, la Virgen hará mucho por ti”
Nosotros sabemos muy bien el significado de esta preciosa cita; el que más y el que menos le ha hecho alguna promesa a la Pura, que envuelve un sacrificio hecho a nuestra Virgen por devoción para obtener una gracia. Así nos gusta a los torrejoncillanos caminar por la vida y seguir la voluntad de Dios, imitando a su humilde sierva María.
Cuánto sacrificio, honradez, cariño y humildad hay en la mujer torrejoncillana, que ante los reveses de la vida riega con sus lágrimas y sudor la tierra que trabaja y sabe seguir la voluntad de Dios con resignación, amor y alegría, mirándose en los ojos de María Inmaculada, en su Pura, como el mejor bálsamo para superar los reveses y las incertidumbres.
Somos, pues, un pueblo privilegiado, porque siente la Inmaculada Concepción de la Virgen María como un atributo natural a su condición y méritos, y porque encarnamos cada 7 de diciembre con nuestros vítores aquella verdad sencilla: “la voz del pueblo es voz de Dios”. Conviene saber, por lo tanto, que vivimos con pureza singular y única el Misterio y la belleza del Dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen Santísima, esa verdad revelada por Dios.
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Y ahora paso, pueblo de Torrejoncillo, a cumplir con lo segundo “que conviene que todos sepan”. Para ello, voy a escarbar en el pasado en busca de la Encamisá. Mucho se ha escrito e investigado, de hecho, no deja de ser el segundo Misterio. Misterio que plantea algunas preguntas: ¿Dónde y cuándo se dieron la mano la Encamisá y esta incontenible devoción a la Virgen Inmaculada? ¿Qué tienen que ver la una con la otra? Quizás la respuesta a tanta cuestión esté en la inmemorial enseña y bandera de nuestros soldados: el Estandarte; así pues, sigámoslo a través del tiempo, a ver dónde nos lleva.
Mirad, Estandartes con la imagen de María Inmaculada los llevaban ya los monjes soldados de la vecina Alcántara en el siglo XII. Y lo hacían para “así atribuir sus victorias a la Virgen y consolarse y rehacerse a la sombra de su protección en sus derrotas”. Los alcantarinos gastaban además “el hábito blanco, símbolo de la Pureza de María”, como nuestros jinetes ensabanados en la noche mágica del 7 de diciembre. Fernando III “el Santo” conquistó Sevilla en 1248 con la imagen de María Santísima en su Estandarte. En Lepanto, son innumerables las banderas y Estandartes con su efigie. En Alcántara, “invocaron su auxilio, llevando nuestros soldados por seña y contraseña a nuestra Señora”, alcanzando la victoria contra las tropas portuguesas en 1640 gracias a la Reina de los Ángeles.
No sigo, la lista es larga y os aburriría a buen seguro. Como remate, decir que los capitanes de los tercios de España solían bendecir y llevar su imagen en muchas de sus banderas y estandartes, como así nos lo cuentan Pedro Ferrusola en 1762: “es el alarde de los ejércitos, que ostentan en las banderas su imagen”.
Busquemos, pues, aquellos Estandartes de los capitanes que participaron en Flandes, Sajonia y Pavía -sí otra vez Pavía-, para rescatar algún hecho de armas donde las encamisadas fueran abrumadoramente más abundantes que las batallas regladas.
Y rápidamente encontramos que Pavía destaca sobre cualquier otra contienda en el uso de las encamisadas; ya que por aquel entonces, y cito textualmente: “Era costumbre de los españoles colocarse camisas blancas para reconocerse durante sus nocturnos combates, la cual precaución les era necesaria, puesto que su lucha tenía lugar al arma blanca y cuerpo a cuerpo, mezclándose con los enemigos”. “Todos los soldados las llevaban sobrepuestas e iban cosidas por las mangas en el codo, y las faldas sujetas a la cintura” (Prácticamente igual a como se ajustan hoy en día en Torrejoncillo). “Esta divisa les era muy útil en dichas expediciones, que llamaban por esto encamisadas”
Pavía fue una gigantesca encamisada, dado que en ella las tropas de Carlos V, en el ataque final, llevaban esta prenda sobre sus ropas como signo de reconocimiento. Un testigo nos explica la eficacia de la estrategia: “en viendo la cruz blanca (distintivo de los franceses) o el caballero sin camisa, daban con él por tierra”
Para completar esta historia, no conviene olvidar a los Alféreces de la bandera, encargados de llevar el Estandarte azul con la imagen de la Virgen Inmaculada; ya que “El Estandarte” permitía a los “encamisados” localizar su unidad en el desorden del combate nocturno, actuando como punto de reunión de los dispersos.
La misión encomendada a ese Alférez que enarbolaba el Estandarte Sagrado era de tal calibre que “Los tratadistas recogen con aprobación ejemplos de oficiales que sujetan su estandarte con los muñones, después de haber perdido las manos”. Esto no nos debe extrañar, pues el Estandarte poseía un carácter casi sagrado, mágico, como ahora. Existía una comunión entre el Alférez que lo empuñaba y la enseña, y entre ésta y el resto de la compañía. Compañía que veía en el Estandarte su honra, reputación y devoción a la Virgen Inmaculada pintada en su tafetán azul; esa Virgen a la que se encomendaban antes de arriesgar la vida. Ahora me pregunto: ¿Quién no advierte una parecida relación entre el Portaestandarte actual y su Enseña Inmaculada cada 7 de diciembre en Torrejoncillo?
Ya sabemos que Estandarte y Encamisados se necesitaron mutuamente en tan alta ocasión, y tan sólo es preciso saber si en algún lugar de nuestra patria se honró a María Inmaculada tras la batalla de Pavía. Y la respuesta esta en lo sucedido en 1527, en el pueblo zamorano de Villalpando. Allí el “Condestable de Castilla y sus huestes juraban y votaban defender por segunda vez a su Purísima en prueba y gratitud por su protección a los héroes de Pavía.”. Por fin, la Virgen Inmaculada vinculaba los Encamisados de Pavía con la incontenible devoción de aquellos soldados para con su Pura. Devoción que quedaba perfectamente reflejada en la fundación de la “Cofradía de soldados de la Virgen concebida sin mancha” en el año 1585 tras la batalla y milagro de Bommel. No podía ser de otra manera; fueron incontables las contiendas en las que los soldados españoles se encomendaron a la Santísima Virgen. Y ellos, que durante siglos fueron considerados como una herramienta de usar y tirar que iban a los hospitales a morir, fueron los primeros en hacer realidad aquella bendita aspiración de honrar como se merecía su Purísima, creando aquella cofradía o renovando sus juramentos en defensa de la Virgen Inmaculada el 7 y 8 de diciembre, fecha de carácter obligatorio para celebrar la Concepción, tal y como lo instituyo San Pío V en 1568.
Sí, yo soy de los que cree, como alguno de vosotros, que algún humilde mozo de Torrejoncillo participó en Pavía o en otras Encamisadas y regresó con una herencia de pasión y fe, que supo transmitir a sus paisanos, a su pueblo, para así honrar y jurar defender a la Inmaculada Concepción cada noche del 7 de diciembre.
Permitidme aquí, que imagine ese abrazo entre la madre que paciente esperó el regreso de su hijo, y el hijo que batalló bajo el auxilio de la Inmaculada Concepción, puestos los ojos en aquel Estandarte que asía el Alférez en el fragor de la batalla. El resumen no puede ser más humano y a la vez más grandioso: madre e hijo unidos por el amor a la Pura. La madre que le rezó en la soledad de las faenas cotidianas a la Virgen y el hijo, que arrodillado, también lo hizo con unción antes de entrar en combate bajo el Estandarte azul de María Inmaculada.
Y es que esta es una historia de amor y de gente sencilla, de gente del pueblo que sufría el azote de la peste y del hambre. De mozos que huían de los desolados y míseros campos de España en busca de honra y dinero para regresar como gentilhombres. Se sabe a ciencia cierta que ninguna acción bélica podía distinguir más a un soldado que intervenir en una “encamisada”; donde sólo se podían utilizar: “los más ágiles, de buena opinión, ordenados y corregidos soldados” ¿Regresó alguno con el alto rango de Capitán a Torrejoncillo después de exponer todos los días su vida en busca de honra? Aunque todo parece indicar que sí, tan sólo queda la sospecha, el misterio. Este fructífero y apasionante “Misterio de la Encamisá”, que sigue y seguirá afortunadamente haciéndonos soñar a todos.
No puedo cerrar esta segunda parte sin recordar de nuevo la frase de San Pío V: “Si tu haces algo por la Virgen María, la Virgen hará mucho por ti”. Magnífico resumen de los que encomendaban su vida a la Purísima; haciéndole alguna promesa que envolvía un sacrificio hecho a nuestra Virgen por devoción, para obtener una gracia: la de regresar sanos y salvos a Torrejoncillo, al hogar donde se funda la dicha más perfecta.
Conviene que sepan cuantos aquí están convocados hoy, que como torrejoncillanos tenemos la dicha infinita de gloriar y encomendarnos a nuestra Pura cada 7 de diciembre, para darle gracias más allá de las palabras, por su auxilio y socorro en esa no menos difícil batalla del día a día; para que nos ayude a mantener la mayor dicha de este mundo: la tranquilidad, el premio del trabajo y las modestas aspiraciones. Somos, pues, herederos únicos de una tradición enraizada en los siglos; herederos privilegiados que se siguen encomendando a su Pura y la honran en La Encamisá a través de los tiempos.
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Mi tercera y última tarea esta noche es daros a conocer una cosa bien simple que también conviene que todos sepan. Y no es otra que deciros que voy a participar como un torrejoncillano más en nuestra querida fiesta, como no puede ser de otra manera, aunque este año la Virgen Inmaculada me haya premiado inmerecidamente con este venturoso cargo de Pregonero.
Presenciaré embelesado como mis dos pringonas vestidas de sayas le ofrecen flores a la Pura. Y es que como padres y naturales de Torrejoncillo hemos querido siempre transmitir a nuestros hijos el amor y el privilegio que supone honrar a María Inmaculada en la Encamisá. Contaba tan sólo con dos meses Elisa, y no dudamos en ponernos en camino aquel año, para disfrutar de nuestra fiesta más entrañable; en aquella ocasión Amelia presenció la salida del Estandarte gracias a la televisión mientras daba de mamar a la mozina chica.
Acudiré a la Plaza Mayor de Torrejoncillo con mi hijo, Javier, y con la escopeta de segunda mano, que mi querido padre se molestó en buscar por todo el pueblo. Ahora, esa humilde arma se ha convertido en un recuerdo imprescindible para mí. Juntos -mi hijo y yo- veremos como emerge el Estandarte entre un mar de brazos, y como el eco de las grandes voces se junta en la Plaza pareciendo que ha llegado el día último y fin del mundo cuando tanto fervor estalla con los vítores que le damos a María Santísima.
Sé que en Javier irá creciendo esa semilla que lleva cada torrejoncillano en su alma, el amor a María Inmaculada, y que, además, ira saboreando cada vez con mayor satisfacción la sensación de ser un solo hombre, un solo pueblo, vitoreando a su Pura cuando aparece el Estandarte a las 10 de la noche, se dispara toda la artillería de las escopetas y repican las campanas a vuelo. Ése es el momento mágico en el que Torrejoncillo gana su auténtica identidad, aunándose en un solo cuerpo, en un solo espíritu, todos los que contemplamos a la Reina de los Cielos. Por eso se extrañan tanto los forasteros que nos visitan; no es posible que puedan imaginar ni explicar antes lo que van a oír, ver y sentir; porque resulta inaudito y raro ahora ver unido a un pueblo por el impulso del Espíritu Santo, por el amor a su Patrona, a la Reina de los Cielos. Es éste nuestro mayor tesoro y legítimo patrimonio: honrar como nadie a María Inmaculada.
Son estos días un bullir de recuerdos que escarabajean en el alma y resulta imposible no recuperar momentos ya lejanos: como cuando jugaba con las “hachas” en la puerta de mi abuela Isabel siendo un mozino; con esas “hachas” que nos preparaban mis queridas tías con tanto cariño. Aquellas noches siempre se comía judías blancas con oreja -no sé bien por qué- y la casa de mi abuela era un trajín de familiares y forasteros que, entre judías, azafates de coquillos y botellas de vino, componían ese escenario increíble de un pueblo que se dispone a encontrarse con su pasado centenario y a encarar de nuevo su futuro con la Pura como guía y estrella en la vida.
También será momento de rememorar los interminables viajes “a toda prisa” en el R4 de mi padre para llegar antes de la salida del Estandarte. Llegar a tiempo a la Encamisá suponía un viaje interminable e incierto para los que vivíamos lejos del pueblo. Recuerdo que en cierta ocasión sólo la pudimos presenciar desde el caño roto, debido a la lluvia y a los inoportunos pinchazos, pero no importaba el esfuerzo; peor resultaba vivir la Encamisá en la fría distancia, cuando a través del teléfono intentábamos la imposible tarea de recuperar el olor de la pólvora, el sabor de los coquillos y el clamor del pueblo con su Pura.
Este año, Virgen Inmaculada, voy a echar de menos los vinos que me tomaba con mi Padre en las vísperas de la Encamisá, y los tiros que pegamos juntos a la puerta de casa a la hora de la novena. Las dos costumbres continuaré, querida Pura, para honrar su memoria y alegrar mi corazón.
Te decía, Purísima, que este año quiero encomendarte especialmente el cuidado de mi Madre y el de todas aquellas personas que se han quedado solas en nuestro pueblo o que sufren enfermedad. Yo te corresponderé.
Es este momento oportuno para agradecer sinceramente la presencia de las autoridades, amigos y paisanos que nos acompañan esta noche, y así quiero hacerlo: Sr. Presidente y Junta Directiva de los Paladines, Reverendos Sacerdotes, Sr. Alcalde, Sra. Mayordoma, Sr. Portaestandarte, queridos familiares, amigos y querido pueblo de Torrejoncillo: gracias y felicidades a todos por estar ya saboreando la Encamisá.
Es mi agradable obligación recordaros que estamos a tan sólo un año de la Coronación de nuestra Patrona, María Inmaculada. La Coronación es una nueva y Santa porfía de Torrejoncillo por honrar más y mejor a su Pura, y motivo más que sobrado para invitaros, como Hijos de la Tierra de María Inmaculada, a sentiros orgullosos de llevar en lo más hondo de nuestra alma a la Patrona de Torrejoncillo, y de vivir cobijados bajo el manto azul de la Virgen sin mancha. Os Invito también a seguir creyendo, honrando y defendiendo a la Pura; a seguirla en su ejemplo de vida, humildad y amor como herederos fieles y privilegiados de una fiesta y una tradición arraigada en los siglos. Santa costumbre que emana de la Divina Providencia, que nos reveló una verdad sagrada: la belleza de María Inmaculada.
Recordad que no hay nada mejor que pertenecer a este bendito pueblo que, bajo el Estandarte de su Pura, se ahoga de emoción cada 7 de diciembre a las 10 de la noche; que suplica y pide socorro a su queridísima Virgen ante los desamparos, cruces y desgracias de esta vida.
¡Virgen Inmaculada!, hoy te quiero ofrecer nuestra gratitud y amor a la que siempre ha sido y será nuestra Sagrada Patrona de Torrejoncillo.
¡¡Viva María Inmaculada!!
¡¡Viva la Reina de los Ángeles!!
¡¡Viva la Patrona de Torrejoncillo!!
Gracias