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Dña. Guadalupe Bernal Salgado 

 

oferente Guadalupe Bernal Salgado 2011

       

        “Yo te ofrezco en este día, alma, vida y corazón, mírame con compasión, no me dejes Madre mía”, son la primeras palabras que brotaron desde lo más hondo de mi corazón cuando a principios de otoño recibí la grata noticia de ser la oferente de este año. Palabras, Madre querida, que también siento en este instante porque… ¿cómo no voy a ofrecerte todo, si eres mi guía, mi Virgen, la que me acompaña en todo lo importante de mi vida?, palabras que te transmito hoy en nombre de las mujeres torrejoncillanas, porque muchas de ellas, en más de una ocasión, seguro que las habrán pronunciado clavando sus ojos en la dulzura de tu mirada, esperando de Ti alguna gracia. 

         “Mírame con compasión, no me dejes Madre mía” en este trance en que se cumple ese deseo silencioso que siempre he tenido, que Tú bien conocías, de poder estar algún día frente a ti para ofrecerte mis flores y mis palabras. Y aunque muchas veces he pensado qué podría decirte si llegara la ocasión, hoy tengo la seguridad de saber que quiero, ante todo, darte las gracias por llegar mi anhelo cuando menos lo esperaba, precisamente en el momento más duro que estoy pasando en mi vida. 

         También quiero darte las gracias, Virgen Santísima, por esas personas que han inculcado en mí el amor y la devoción que mi corazón experimenta, mis padres. Sí, mis padres pues sin ser de aquí, desde que llegaron a este querido pueblo, nos han sabido infundir, a mi hermana y a mí, lo que significabas en nuestras vidas. Nos han hecho amarte y seguirte como verdaderas torrejoncillanas. Tanto es así que de pequeñas, cuando aún no teníamos sayas, mi madre se encargaba de que las vecinas nos las dejaran para llegar hasta Ti y ofrecerte nuestros ramos. Más tarde, vestimos airosas los trajes propios que nos hicieron mi madre y mi tía María, que hoy me estará viendo desde tu lado y sonreirá al ver que luzco el pañuelo bordado por mi madre. 

         Mis padres, además, en la Encamisá, nos llevaban delante de los caballos, a tu lado, siguiéndote en todo el recorrido, sin ser capaz de echar vivas, pero sintiendo cada uno de los que oíamos en las personas que nos rodeaban y que como suave lluvia calaban muy adentro.        

Y ahora me toca darte las gracias por haber podido crear una familia, en la que he tenido dos hijos, a los que hemos educado con todo nuestro amor. Una familia en la que he sido inmensamente feliz y de la que me he sentido extremadamente orgullosa. Pero las circunstancias, como bien sabes, Madre, la han transformado en otra forma de familia. Distinta, sí, pero que sigue siendo tan importante como antes,  porque es donde tengo a mis hijos y ellos me tiene a mí y mutuamente nos queremos y nos respetamos. Mis hijos son ahora los que mueven mi vida, por los que sigo luchando, por los que tengo ganas de vivir y por los que te repito: ¡gracias! 

         Gracias por haber puesto en este tramo tan abrupto de mi camino, brindándome su ayuda, a mis padres, a mi hermana y su familia, a mi cuñada, a mis amigos y a esa gran persona que tiene entregada su vida a Ti y a tu Hijo y que con su apoyo y su paciencia he salido adelante. 

         Quiero, ahora, pedirte perdón por esas veces que perdemos la confianza en Ti, cuando en circunstancias adversas pensamos que la vida no tiene sentido, pero que luego, al pasar la dificultad, entendemos que has sido el hilo al que te has aferrado con todas tus ganas por lo que, arrepentida, recobras la seguridad de saber que nos has concedido, tal vez sin entenderlo nosotros, lo que más convenía. ¿Recuerdas, María, lo que hace dos años te rogué al despedir tu estandarte la noche de la Encamisá?, es cierto que al llegar de nuevo estas fechas, sumergida en la desesperanza, me entristecí, pues no estaba como yo quería ni tenía lo que consideraba era lo mejor para mí y los míos. Pero tú que eres consuelo en el dolor, poquito a poco me recobraste, me quitaste la venda que me cegaba y pude ver con claridad aquello que era lo mejor para todos a pesar del despertar tan amargo de cada mañana y la repinada cuesta del nuevo camino que empezaba. Por eso, Madre mía, dame fuerzas para continuar mi vida repleta de sueños e ilusiones. Ayúdame a ver a mis hijos luchar por conseguir sus metas, sus objetivos, con la vitalidad propia de los jóvenes y a entender su forma de vida porque, a veces, aunque la admitimos, nos resulta difícil compartirla. 

         Tiende tu protección sobre todo lo que está ocurriendo en el mundo: el hambre, las guerras, los desastres naturales, sobre la gente que lo está pasando mal en este tu pueblo a causa de las enfermedades, la falta de trabajo o por cualquier otra circunstancia. 

         Por último decirte que recibas nuestros ramos de flores que llevan lo que cada una de nosotras guarda en el alma. Unas te traerán pena o nostalgia, otras, alegría y algunas pondrán a tus pies su vida. Pero todas en el fondo venimos contentas de poder estar un años más y esperando, ya, que llegue el deseado siete de diciembre donde sin pensarlo saldrá todo lo que escondemos tan dentro de nosotros, en nuestras lágrimas y en esos vivas, que llevan la gran devoción a Ti, nuestra Pura. 

         “Yo te ofrezco en este día, alma, vida y corazón, mírame con compasión, no me dejes Madre mía”. 

         ¡VIVA MARÍA SANTÍSIMA!        

         ¡VIVA LA REINA DE LOS ÁNGELES! 

         ¡VIVA MARÍA INMACULADA!  

 

 

Mi agradecimiento a Dña  Rosi Bellot, por haberme ayudado con mi ofrenda