Dña. Rosario Clemente Gil
Ofrecer algo, María,
ofrecértelo de veras,
ofrecerte quien te ama
cualquier cosa, sea cual sea,
es poner ante tus ojos
algo que siempre te alegra,
un detalle de cariño
para que te deje huella
y que coges, sin dudar,
con un poco de vergüenza,
con la mirada algo baja,
pero feliz y contenta,
no por el regalo en sí,
sino porque alguien te aprecia.
Es también prueba de afecto
mostrarte cosas selectas
que quedan en tu recuerdo
una vez que las contemplas.
Ofrecer es alegría,
amistad y convivencia
y ofrecer es obligarte,
como a modo de promesa,
dedicar mucho de ti,
de algo tuyo hacer entrega.
Todo eso y más, María,
todo eso es una ofrenda.
Y si la ofrenda es de flores
resulta mucho más bella.
Muchas son las sensaciones
con que las flores obsequian.
De su olor o su perfume
salen las buenas esencias.
Sus colores y sus tonos
mil conceptos representan:
El azul es de ternura,
el gris marca la tristeza,
el verde es de la esperanza,
el recuerdo va en violeta,
con el rojo la pasión,
con el blanco la pureza.
Y siempre, siempre el amor.
¡Ése va con todas ellas!
La flor marca la ilusión
renovada, pura y fresca,
y es el símbolo perfecto
de nuestra propia existencia.
Nuestra vida es una flor
con todo lo que ésta encierra:
Cuando es capullo, la infancia,
juventud cuando está abierta,
y cuando ya se marchita
ves que la vejez se acerca.
Cuando vienes a este mundo
con flores se nos obsequia
y entre flores nos despiden
el día del viaje sin vuelta.
Allí donde haya una flor,
allí siempre habrá belleza.
Cada pétalo es un verso
digno del mejor poeta.
Pero ¿por qué tantas flores
esta mañana en la iglesia?
Bien que lo sabes, María.
Son para ti todas ellas.
No te pongas sonrojada.
Conocemos tu modestia,
tu timidez, humildad
y tu probada obediencia,
aquella que demostraste
lejos, allá en Galilea,
ésa que te hizo aceptar,
sin pensar en consecuencias,
ser dos cosas a la vez
que parecen contrapuestas:
el ser la Madre de Dios
y ser su Hija predilecta.
Y no nos digas, ni pienses,
por tus virtudes ya expuestas,
que son muchas para ti
y quizás no las merezcas.
Tú las mereces, María,
por ser consuelo de penas,
por ser siempre oliva verde,
de la mañana su estrella,
por ser la paloma blanca,
por estar de gracia llena,
como bien que te lo dicen
esas canciones tan nuestras.
Reina de todas nosotras,
también de cielos y tierras.
Eres la unidad de un pueblo.
Eres la esperanza nuestra.
Acepta, pues, estas flores,
que todo nuestro amor llevan.
Acéptanos estos ramos,
tantas y tantas docenas:
claveles, rosas, gladiolos,
con verde de esparraguera.
Y como es el día que es.
porque es el día de la ofrenda
y vamos a estar enfrente
del trono de la gran Reina,
nos hemos puesto este traje,
el traje que es nuestra enseña:
las sayas de candilones,
la de abajo y la encimera,
y ceñida a la cintura,
la artesana faltriquera.
Hoy adornan nuestros cuellos
aderezos y veneras.
Relucen nuestros pañuelos,
y brillan y centellean
con sus hojas y su gajos
repletos de lentejuelas.
Nos hemos vestido así
y ofrecemos esta escena,
por estar todas a tono,
a tono con tu belleza,
y también porque, María,
porque hoy no es un día cualquiera.
Cada ramo lleva dentro
el pago a ti de una deuda,
lamentos o regocijos,
las alegrías y las penas.
Porque en cualquier situación,
más veces mala que buena,
a ti siempre recurrimos
al menor de los problemas:
en nuestra vida diaria,
en nuestra ruda tarea,
en la vida de los nuestros,
y más, si se encuentran fuera,
por aquel que se examina,
por el que anda en carretera,
por tantas y tantas causas,
tantas y tantas promesas.
Y no digamos, María,
por el enfermo que espera
ver recobrar la salud,
y te suplica y te reza.
Por ese enfermo que tiene
tu estampa en la cabecera.
También llevan el recuerdo,
que se aumenta en estas fechas,
de aquellos que se marcharon
de esta vida a la otra eterna.
Tú los tienes junto a ti.
Eso sólo nos consuela.
La vida debe seguir,
aunque siempre habrá tristezas.
Hay que mirar adelante
y seguir por esa senda
de intentar siempre hacer bien,
aunque alguien no te comprenda.
Confiemos en un futuro
de felicidad completa.
Que el mundo de esa criatura,
de ese hijo que una espera,
sea un mundo lleno de paz,
sin asomo de violencia,
donde reine sólo amor
y el odio desaparezca.
Que año tras año vengamos,
volvamos a tu presencia,
y pongamos a tus pies,
en las gradas de esta iglesia,
estos ramos y estas flores,
llenos de tanta belleza.
Y sepamos conservar
lo entrañable de esta fiesta,
intentando mantener
siempre y siempre su pureza.
Y ahora ya, al decirte adiós,
te lo diré a mi manera,
de la forma que lo hacen
las mujeres de esta tierra,
con ese nudo interior
que la garganta te aprieta,
porque lo que una ahora siente
con palabras no se expresa
Te digo adiós con dos vivas,
cual dos salvas de escopeta,
donde va toda mi alma,
como una flor de esta ofrenda.