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Dña. Rosario Clemente Gil

 

 2002 Dª CHARO CLEMENTE GIL

Ofrecer algo, María,

ofrecértelo de veras,

ofrecerte quien te ama

cualquier cosa, sea cual sea,

es poner ante tus ojos

algo que siempre te alegra,

un detalle de cariño

para que te deje huella

y que coges, sin dudar,

con un poco de vergüenza,

con la mirada algo baja,

pero feliz y contenta,

no por el regalo en sí,

sino porque alguien te aprecia.

Es también prueba de afecto

mostrarte cosas selectas

que quedan en tu recuerdo

una vez que las contemplas.

Ofrecer es alegría,

amistad  y convivencia

y ofrecer es obligarte,

como a modo de promesa,

dedicar mucho de ti,

de algo tuyo hacer entrega.

Todo eso y más, María,

todo eso es una ofrenda.

Y si la ofrenda es de flores

resulta mucho más bella.

Muchas son las sensaciones

con que las flores obsequian.

De su olor o su perfume

salen las buenas esencias.

Sus colores y sus tonos

mil conceptos representan:

El azul es de ternura,

el gris marca la tristeza,

el verde es de la esperanza,

el recuerdo va en violeta,

con el rojo la pasión,

con el blanco la pureza.

Y siempre, siempre el amor.

¡Ése va con todas ellas!

La flor marca la ilusión

renovada, pura y fresca,

y es el símbolo perfecto

de nuestra propia existencia.

Nuestra vida es una flor

con todo lo que ésta encierra:
Cuando es capullo, la infancia,

juventud cuando está abierta,

y cuando ya se marchita

ves que la vejez se acerca.

Cuando vienes a este mundo

con flores se nos obsequia

y entre flores nos despiden

el día del viaje sin vuelta.

Allí donde haya una flor,

allí siempre habrá belleza.

Cada pétalo es un verso

digno del mejor poeta.

Pero ¿por qué tantas flores

esta mañana en la iglesia?

Bien que lo sabes, María.

Son para ti todas ellas.

No te pongas sonrojada.

Conocemos tu modestia,

tu timidez, humildad

y tu probada obediencia,

aquella que demostraste

lejos, allá en Galilea,

ésa que te hizo aceptar,

sin pensar en consecuencias,

ser dos cosas a la vez

que parecen contrapuestas:

el ser la Madre de Dios

y ser su Hija predilecta.

Y no nos digas, ni pienses,

por tus virtudes ya expuestas,

que son muchas para ti

y quizás no las merezcas.

Tú las mereces, María,

por ser consuelo de penas,

por ser siempre oliva verde,

de la mañana su estrella,

por ser la paloma blanca,

por estar de gracia llena,

como bien que te lo dicen

esas canciones tan nuestras.

Reina de todas nosotras,

también de cielos y tierras.

Eres la unidad de un pueblo.

Eres la esperanza nuestra.

Acepta, pues, estas flores,

que todo nuestro amor llevan.

Acéptanos estos ramos,

tantas y tantas docenas:

claveles, rosas, gladiolos,

con verde de esparraguera.

Y como es el día que es.

porque es el día de la ofrenda

y vamos a estar enfrente

del trono de la gran Reina,

nos hemos puesto este traje,

el traje que es nuestra enseña:

las sayas de candilones,

la de abajo y la encimera,

y ceñida a la cintura,

la artesana faltriquera.

Hoy adornan nuestros cuellos

aderezos y veneras.

Relucen nuestros pañuelos,

y brillan y centellean

con sus hojas y su gajos

repletos de lentejuelas.

Nos hemos vestido así

y ofrecemos esta escena,

por estar todas a tono,

a tono con tu belleza,

y también porque, María,

porque hoy no es un día cualquiera.

Cada ramo lleva dentro

el pago a ti de una deuda,

lamentos o regocijos,

las alegrías y las penas.

Porque en cualquier situación,

más veces mala que buena,

a ti siempre recurrimos

al menor de los problemas:

en nuestra vida diaria,

en nuestra ruda tarea,

en la vida de los nuestros,

y más, si se encuentran fuera,

por aquel que se examina,

por el que anda en carretera,

por tantas y tantas causas,

tantas y tantas promesas.

Y no digamos, María,

por el enfermo que espera

ver recobrar la salud,

y te suplica y te reza.

Por ese enfermo que tiene

tu estampa en la cabecera.

También llevan el recuerdo,

que se aumenta en estas fechas,

de aquellos que se marcharon

de esta vida a la otra eterna.

Tú los tienes junto a ti.

Eso sólo nos consuela.

La vida debe seguir,

aunque siempre habrá tristezas.

Hay que mirar adelante

y seguir por esa senda

de intentar siempre hacer bien,

aunque alguien no te comprenda.

Confiemos en un futuro

de felicidad completa.

Que el mundo de esa criatura,

de ese hijo que una espera,

sea un mundo lleno de paz,

sin asomo de violencia,

donde reine sólo amor

y el odio desaparezca.

Que año tras año vengamos,

volvamos a tu presencia,

y pongamos a tus pies,

en las gradas de esta iglesia,

estos ramos y estas flores,

llenos de tanta belleza.

Y sepamos conservar

lo entrañable de esta fiesta,

intentando mantener

siempre y siempre su pureza.

Y ahora ya, al decirte adiós,

te lo diré a mi manera,

de la forma que lo hacen

las mujeres de esta tierra,

con ese nudo interior

que la garganta te aprieta,

porque lo que una ahora siente

con palabras no se expresa

Te digo adiós con dos vivas,

cual dos salvas de escopeta,

donde va toda mi alma,

como una flor de esta ofrenda.