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Srta. Inmaculada Galán Sánchez

 

 1995 INMCULADA GALÁN SANCHEZ

              ¡Buenos días, Madrecita!

Soy Inmaculada, una niña entre otras muchas, que desde muy chiquititas, cogidas de la mano de nuestras mamás, hemos venido todos los años en este día a ofrecerte un ramo de flores.

Ahora, que ya ha pasado el tiempo y me doy más cuenta de todo, en esta mañana de diciembre, el mes de tu fiesta, yo quiero, en nombre de todas las niñas torrejoncillanas, decirte algunas cositas.

Primero, y antes de nada, GRACIAS, GRACIAS Madre, por querer ser eso, nuestra Madre. Desde muy pequeñas, nos decían en nuestra casa y en la escuela, que teníamos dos mamás: La de la Tierra y la del Cielo. Tú, Virgencita Inmaculada, eres nuestra Madre del Cielo y, aunque no te veamos como a la de aquí abajo, sabemos que nos cuidas, que nos amparas, nos ayudas y nos quieres más, todavía que ellas.

Nos quieres… como quisiste a tu Jesús.

Por eso, GRACIAS.

GRACIAS, porque un día cuando éramos muy pequeñitas, nuestros padres, igual que Tú llevaste a Jesús, nos trajeron al templo, para presentarnos al Señor, y para que recibiéramos el bautismo. Con él, nos hacíamos HIJOS DE DIOS, HERMANOS  de Jesús.

GRACIAS, porque este año, también se han preocupado de que, por primera vez en nuestra vida, recibiremos a tu HIJO, en la Comunión. Tú sabes, Madre; lo felices que fuimos ese día y las ganas tan grandes de ser buenas sentimos.

GRACIAS, porque tenemos unos padres que nos cuidan, que se preocupan de que no nos falte nada, que quieren nuestro bien siempre, aunque ellos tengan que sacrificarse.

GRACIAS, porque contamos con sacerdotes y religiosas que nos acercan a Jesús, y nos ayudan a ser cada día un poquito mejor.

GRACIAS, porque en nuestra escuela, grande y bonita, llena de luz y alegría, nuestros maestros y maestras, con paciencia y cariño, nos enseñan el camino del bien, nos dan los fundamentos de las ciencias, y al mismo tiempo, lo pasamos “guay” con nuestros deportes y juegos.

GRACIAS, por nuestros abuelitos y abuelitas que, como si fueran otros padres, nos miman, nos atienden, y se sienten felices con nosotros.

GRACIAS, por nuestros catequistas que, con generosa entrega completan las enseñanzas que recibimos y nos ayudan a vivir mejor nuestra fe de cristianos.

Ahora, Virgencita Inmaculada, después de darte todas esas “gracias”, quisiera también, en nombre de todos los niños y niñas, pedirte algo:

“Mantén siempre unidas a nuestras familias”; Que nuestros papás no se separen nunca porque, nosotros, sus hijos ¿con cual de los dos nos iríamos, si ellos son las personas que más queremos en el mundo?

Ayuda también, Madre, a las personas que sufren:

- A los enfermos.

- A los que han perdido algún familiar.

- A los que no tienen trabajo.

- A los que están preocupados por algún problema.

¿Verdad que lo harás, Madrecita?

¿Verdad que los socorrerás a todos en sus necesidades?

¿Y a los niños del Tercer Mundo? Me da mucha pena de ellos cuando me cuentan que no tienen comida, ¡con  la que tiramos nosotros algunas veces…! Ni escuelas, ni hospitales…

¡Virgencita, no los dejes! Y haznos a nosotros generosos y generosas para ayudarles siempre, todo el año con nuestros pequeños sacrificios, nuestras oraciones y nuestras limosnas.

Nos gustaría también que te llevaras un poquito de nuestra felicidad y de nuestra paz, para que se la repartas, a esos otros niños que no tienen tanta suerte como nosotros y viven en sitios de guerras y odios.

Niños que no descansan nunca, que no pueden descansar porque el ruido de las bombas y metralletas no los dejan.

 En estos momentos en que nos miras a todos los hijos de Torrejoncillo que rodeamos tu altar, no olvides, Madre, a esos otros torrejoncillanos, que este año no van a poder acompañarte en esta noche tan especial para ellos, que es la noche de nuestra Encamisá.

Que sientan, Madrecita tu consuelo, tu compañía, tu amor, estén donde estén, porque sabemos que, aunque lejos, desde el fondo de sus corazones te saludarán con los mismos ¡VIVAS! Con que nosotros te aclamaremos esa noche. Esa noche, y todas las demás noches de nuestras vidas, porque quiero pedirte, Madrecita, que no nos dejes, que nos conserves siempre con nuestra mirada limpia, nuestras almas de niñas, nuestros corazones puros, nuestros deseos de parecernos cada día más a Ti.

Por último, Señora, aquí tienes nuestras flores, las de todas: mujeres, jóvenes y niñas. Te las ofrecemos con todo el cariño que Tú sabes te tenemos. Te las ofrecemos a Ti, que eres:

¡La niña más bonita!

¡La joven más pura!

¡La mujer más santa de todas las que han existido!

Con ellas, recibe, María, en nombre de todas, mi último deseo:

¡Madrecita Inmaculada!

Hazme como eres Tú,

y que, con toda mi alma,

quiera yo siempre a Jesús.

 

¡VIVA MARÍA SANTÍSIMA!

¡VIVA LA REINA DE LOS ÁNGELES!

¡VIVA MARÍA INMACULADA!